El reciente fracaso del experimento de lluvia artificial en la capital india volvió a poner en duda la eficacia de la llamada “siembra de nubes”, una técnica que busca inducir precipitaciones para limpiar el aire contaminado. Mientras la ciudad se hunde cada invierno bajo una espesa capa de smog, científicos y ambientalistas advierten que el problema no se resolverá desde el cielo, sino desde la tierra.
Durante las celebraciones de Diwali, el tradicional festival de luces, los habitantes de Nueva Delhi convivieron con una atmósfera marrón y opresiva. La ciudad, con unos 30 millones de habitantes, volvió a registrar niveles de contaminación que figuran entre los peores del planeta. Según datos de la Air Quality Index (AQI), se alcanzaron valores por encima de 500, clasificados como “extremadamente peligrosos” para la salud humana. Ante la gravedad del episodio, las autoridades decidieron recurrir a una medida desesperada: provocar lluvia artificial mediante la siembra de nubes.
El proyecto, desarrollado por el gobierno de Delhi en cooperación con el Instituto Indio de Tecnología (IIT) de Kanpur, consistía en rociar desde aviones partículas de yoduro de plata o sales sobre formaciones nubosas para estimular la condensación de gotas y provocar lluvias. En teoría, esa precipitación arrastraría las partículas contaminantes hacia el suelo, reduciendo los niveles de polvo y gases tóxicos en suspensión. La inversión ascendió a unos 364 000 dólares, pero el resultado fue decepcionante: el cielo apenas dejó caer unas gotas.
Un experimento sin nubes suficientes
Los vuelos de prueba comenzaron en la última semana de octubre, pero la falta de nubosidad arruinó las expectativas. “No se puede hacer llover si no hay humedad en la atmósfera”, explicó el climatólogo Daniele Visioni, de la Universidad Cornell, citado por el medio especializado Phys.org. “La siembra de nubes no crea agua; solo puede redistribuirla. Lo que se logra es que el vapor se condense en un sitio en lugar de otro. Si el aire está seco, el procedimiento simplemente no funciona”.
El fracaso fue evidente: un día después de los ensayos, las mediciones de partículas PM2.5 —el material fino más peligroso para los pulmones— se dispararon hasta 323 microgramos por metro cúbico, más de veinte veces el límite diario recomendado por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Y conforme avanzó el invierno, la contaminación volvió a aumentar, atrapada por la inversión térmica que mantiene el aire frío cerca del suelo.
En declaraciones recogidas por The Hindu, los científicos del IIT Shahzad Gani y Krishna Achutarao calificaron la operación como “una nueva demostración de ciencia mal aplicada y ética ignorada”. Según ambos, el problema de fondo no es la falta de lluvia, sino el exceso de emisiones. “Mientras la ciudad siga respirando los gases de millones de vehículos, fábricas y quemas agrícolas, ningún truco atmosférico ofrecerá alivio duradero”, escribieron en una columna publicada tras el experimento.
La capital más contaminada del mundo
La situación de Nueva Delhi no es nueva. Cada invierno, la combinación de incendios agrícolas en los estados vecinos, la quema de carbón, las emisiones vehiculares y el uso intensivo de petardos durante las festividades convierte el aire en una mezcla tóxica. Una investigación publicada en The Lancet Planetary Health estimó que entre 2009 y 2019 cerca de 3,8 millones de muertes en India estuvieron relacionadas con la contaminación atmosférica.
El aire espeso no solo afecta a los pulmones; también paraliza la economía y la educación. Las escuelas se ven obligadas a cerrar, los vuelos se retrasan y los hospitales se saturan de pacientes con problemas respiratorios. En este contexto, la idea de provocar lluvia puede parecer tentadora. Sin embargo, especialistas del Center for Science and Environment de Delhi advirtieron que las lluvias artificiales son un alivio efímero. “La contaminación regresa casi de inmediato en cuanto se detiene la lluvia”, señaló su portavoz Mohan George. Además, advirtió que modificar la precipitación en una zona puede alterar el equilibrio hídrico en otras regiones, generando desigualdades ambientales difíciles de prever.
Riesgos y límites del yoduro de plata
Los experimentos de siembra de nubes suelen utilizar compuestos como el yoduro de plata o el cloruro de sodio. Aunque la Agencia de Protección Ambiental (EPA) de Estados Unidos sostiene que las cantidades liberadas hasta ahora no suponen un riesgo significativo para la salud o el medioambiente, los efectos de su uso a gran escala siguen siendo inciertos. “Estamos hablando de introducir químicos en la atmósfera sin saber del todo cómo reaccionan en diferentes condiciones climáticas o ecosistemas”, explicó Visioni.
Los defensores de la técnica argumentan que su impacto ambiental es mínimo y que podría ser útil en situaciones de emergencia, pero los estudios que respaldan su eficacia son inconsistentes. Según la Organización Meteorológica Mundial (OMM), aún no existen pruebas sólidas y repetibles de que la siembra de nubes logre aumentos de precipitación significativos bajo condiciones naturales variables. En la mayoría de los casos, los resultados son difíciles de medir o reproducir.
Antecedentes en el mundo
Pese a las dudas, la práctica no es nueva. Desde la década de 1940, distintos países han intentado manipular el clima con resultados desiguales. China lo empleó durante los Juegos Olímpicos de Pekín 2008 para evitar lluvias durante las ceremonias, y los Emiratos Árabes Unidos llevan años invirtiendo en tecnología de siembra de nubes para aumentar sus escasas precipitaciones. En ese país, se estima que la lluvia pudo incrementarse entre un 10 y un 35 % bajo condiciones favorables, aunque tales cifras son aproximadas y dependen de múltiples variables.
Australia también ha experimentado con esta técnica, especialmente en las zonas montañosas de Tasmania, donde algunos proyectos reportaron un aumento de la nieve acumulada en invierno. España e Italia la han usado de forma puntual para reducir el tamaño de las piedras de granizo y proteger cultivos vulnerables. Sin embargo, la propia OMM recuerda que el éxito de esos ensayos se limita a circunstancias muy específicas y no puede generalizarse.
El dilema ético y científico
Más allá de su eficacia, la siembra de nubes plantea cuestiones éticas sobre la manipulación climática. ¿Quién decide cuándo y dónde debe llover? ¿Qué ocurre si una región obtiene beneficios a costa de privar de precipitaciones a otra? Estas preguntas cobran especial relevancia en zonas densamente pobladas como el norte de India, donde millones de personas dependen de un frágil equilibrio hídrico.
“El problema con estas intervenciones”, afirmaron Gani y Achutarao, “es que crean la ilusión de una solución tecnológica rápida, cuando en realidad desvían la atención del cambio estructural necesario”. Ese cambio, señalan, pasa por reducir la quema de combustibles fósiles, limitar los incendios agrícolas y reforzar el transporte público eléctrico.
El propio Visioni coincide con esa visión. “Hay una sola forma de reducir la contaminación de manera efectiva: dejar de quemar combustibles fósiles”, dijo a AFP y reiteró que la siembra de nubes no puede sustituir políticas ambientales ambiciosas.
Más allá del humo
El episodio en Nueva Delhi ha servido, al menos, para reabrir el debate sobre los límites de la ingeniería climática. Algunos científicos ven en la siembra de nubes una herramienta experimental que podría tener aplicaciones localizadas, siempre bajo control estricto y acompañada de medidas de mitigación reales. Otros la consideran una distracción costosa frente a un problema que exige voluntad política más que tecnología.
Por ahora, la capital india sigue envuelta en su espesa neblina gris, mientras los expertos insisten en que la solución no vendrá del cielo. La experiencia dejó una lección clara: sin cambios profundos en los patrones de consumo energético y en la gestión del aire, cualquier intento de limpiar la atmósfera mediante lluvia artificial seguirá siendo, como dijo un investigador, “un acto de desesperación más que una estrategia científica”.

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