Una investigación alerta que los cultivos básicos están acumulando más calorías, pero perdiendo nutrientes esenciales, un efecto directo del incremento de CO₂ atmosférico que podría desencadenar nuevas formas de malnutrición en las próximas décadas.
En distintos experimentos realizados con cultivos como arroz, trigo, patata, tomate o garbanzos, se observó un patrón consistente: a medida que la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera aumenta, los alimentos reducen su aporte de minerales y proteínas esenciales, al tiempo que incrementan su contenido calórico. La investigación, basada en la comparación de datos de 43 cultivos en múltiples estudios experimentales, muestra que este fenómeno no es anecdótico, sino sistemático. El trabajo, publicado en Global Change Biology, sostiene que incluso poblaciones con acceso adecuado a alimentos podrían verse afectadas por una forma silenciosa de desnutrición si la tendencia continúa.
Los autores identifican un promedio global de reducción del 4,4 % en nutrientes esenciales como zinc, hierro y proteínas, aunque algunos cultivos presentan pérdidas mucho más pronunciadas, con valores que alcanzan el 38 %. Al mismo tiempo, el CO₂ adicional promueve una mayor acumulación de carbohidratos, lo que eleva el contenido calórico de los alimentos. Este contraste entre más calorías y menos nutrientes plantea un doble riesgo: por un lado, favorece dietas deficitarias en micronutrientes; por otro, puede contribuir al aumento global del sobrepeso. La investigación también sugiere que ciertos metales pesados, como plomo y mercurio, podrían aumentar en concentración bajo condiciones enriquecidas con CO₂, aunque este aspecto todavía requiere más comprobación para establecer su impacto real en la salud.
Cambios profundos y efectos desiguales entre cultivos
Entre los resultados más llamativos se encuentra la drástica reducción del zinc en los garbanzos, un alimento esencial para millones de personas en distintas regiones del mundo. Bajo escenarios de CO₂ elevado, la concentración de este mineral cayó en torno al 37,5 %, la disminución más grande hallada en una sola categoría nutricional dentro del estudio. Algo similar ocurre con el hierro y las proteínas en cultivos básicos como el arroz y el trigo, que muestran reducciones consistentes. Estas variaciones son especialmente preocupantes porque culturas alimentarias completas dependen de estos cereales como fuente primaria de micronutrientes esenciales.
El estudio también analizó la presencia de plomo en los cultivos, encontrando un aumento promedio del 29,3 % y un incremento extremo del 170 % en trigo bajo ciertos experimentos. Aunque estas cifras requieren una interpretación cautelosa, pues los experimentos sobre metales pesados aún son limitados, los investigadores advierten que el posible aumento de elementos tóxicos no puede descartarse y debe ser estudiado con urgencia.
Sterre ter Haar, autora principal del trabajo, enfatizó la relevancia global del hallazgo al señalar que “a menudo pensamos en la seguridad alimentaria solo como la capacidad de llenar el estómago. Nuestro estudio muestra que también implica asegurar que los alimentos contengan los nutrientes necesarios para una vida sana”. La investigadora subraya que el cambio climático no solo afecta la cantidad de alimento disponible, sino su calidad biológica, y que esta dimensión ha sido históricamente subestimada en los debates sobre alimentación global.
Un análisis transversal que revela un patrón lineal en la respuesta al CO₂
Para unificar los datos provenientes de estudios distintos —cada uno con niveles experimentales diferentes de CO₂— los investigadores evaluaron cómo responde cada nutriente a concentraciones crecientes de dióxido de carbono. El resultado más sólido fue que la relación es lineal: cuando el CO₂ se incrementa, la disminución de nutrientes aumenta en proporción directa. Este comportamiento permitió establecer una “línea base” en 350 ppm de CO₂ y proyectar los valores obtenidos hacia niveles de 550 ppm, una cifra considerada probable dentro de la vida de las generaciones actuales.
Hoy la atmósfera ronda las 425 ppm, lo que significa que la humanidad ya ha recorrido gran parte del camino hacia ese escenario de referencia. Según Ter Haar, este dato plantea una inquietud inevitable: “Si los niveles actuales ya están por encima del punto de partida del experimento, es probable que los cultivos que consumimos hoy ya tengan menos nutrientes que décadas atrás”. La afirmación se apoya en estudios que documentan tendencias similares en distintos países, lo que sugiere que el fenómeno podría estar ocurriendo de forma silenciosa y progresiva.
Los experimentos incluyen cultivos cultivados tanto en invernaderos como en condiciones exteriores, lo que permite obtener una perspectiva amplia y reducir la posibilidad de sesgos específicos del entorno. Esta diversidad experimental respalda la conclusión de que la respuesta observada no se limita a ciertas condiciones controladas, sino que podría reflejar lo que ocurre progresivamente en los campos agrícolas de todo el mundo.
Implicancias a escala global y riesgos para poblaciones vulnerables
La disminución de micronutrientes en alimentos básicos afecta especialmente a poblaciones que dependen en gran medida de pocos cultivos para cubrir sus necesidades nutricionales. En regiones donde el arroz y el trigo representan más del 50 % del aporte energético diario, una caída incluso moderada de zinc o hierro puede tener efectos severos en el desarrollo infantil, la inmunidad, la salud materna y el rendimiento cognitivo. La investigación advierte que la malnutrición podría aumentar incluso en zonas donde las calorías no son un problema, creando un escenario paradójico: poblaciones que consumen suficiente comida, pero cuyo organismo no recibe los nutrientes necesarios para funcionar correctamente.
Los autores también mencionan que el incremento calórico derivado del CO₂ podría exacerbar tendencias de obesidad, especialmente en contextos urbanos donde las dietas ya presentan un alto contenido energético. En este sentido, el estudio sugiere que el aumento del CO₂ no solo está relacionado con el calentamiento global, sino también con transformaciones profundas en la composición química de la comida que llega a los platos de miles de millones de personas.
Una llamada a la acción y a la investigación aplicada
Los investigadores plantean que es urgente expandir el número de cultivos evaluados, pues aún se desconocen los efectos del CO₂ elevado en una amplia variedad de frutas, verduras y legumbres que forman parte central de la dieta global. También sugieren investigar nuevas estrategias de cultivo, incluyendo modificaciones en los sistemas de invernadero y prácticas agrícolas que permitan mitigar la pérdida de nutrientes. Ter Haar insiste en que la innovación tecnológica y la coordinación entre instituciones científicas pueden ser claves para anticipar y corregir el impacto nutricional del cambio climático: “Hay mucha innovación en el sector alimentario y contamos con instituciones que pueden ayudar a estudiarlo. Juntos podemos avanzar”.
Este llamado encuentra eco en el hecho de que el aumento del CO₂ ya está afectando múltiples dimensiones del sistema alimentario: desde la productividad de los cultivos hasta la distribución geográfica de plagas, el estrés hídrico y ahora la calidad nutricional. El estudio añade un elemento más a la compleja ecuación de la seguridad alimentaria bajo condiciones climáticas cambiantes y subraya la necesidad de integrar esta dimensión en las políticas públicas de nutrición, agricultura y medio ambiente.
La dimensión científica detrás del estudio
La publicación en Global Change Biology consolida años de trabajo que comparan bases de datos y experimentos de campo. Algunos cultivos fueron expuestos a niveles de CO₂ representativos del clima preindustrial, mientras que otros simularon escenarios futuros probables. La coherencia de los resultados entre diferentes equipos de investigación refuerza la confiabilidad del patrón observado. El análisis estadístico permitió distinguir variaciones naturales del cultivo de cambios sistemáticos inducidos por el CO₂.
Los autores reconocen que aún existen incertidumbres, especialmente en lo que respecta al aumento de metales pesados. Señalan que no es posible afirmar conclusiones definitivas sin más datos, pero advierten que este fenómeno, aunque preliminar, no debe ser ignorado. La línea de investigación puede abrir un nuevo campo dedicado a comprender cómo las condiciones atmosféricas influyen en la capacidad de los cultivos para absorber o retener compuestos tóxicos.
Un desafío para la nutrición del futuro
Si la atmósfera continúa su trayectoria hacia niveles más altos de CO₂, la agricultura deberá adaptarse para garantizar alimentos con la calidad nutricional adecuada. Esto podría requerir nuevas variedades más resistentes a los cambios atmosféricos, ajustes en los sistemas agrícolas y estrategias de diversificación alimentaria, especialmente en regiones que dependen de pocos cultivos.
El estudio recuerda que la nutrición humana no depende únicamente de la disponibilidad de alimentos, sino de su composición interna. El aumento de CO₂, uno de los motores principales del cambio climático, está alterando silenciosamente esa composición. Entender este fenómeno y actuar a tiempo será clave para evitar un futuro en el que millones de personas enfrenten malnutrición por causas invisibles, incluso rodeadas de abundancia aparente.

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