Una investigación reciente muestra que las experiencias inmersivas con realidad virtual logran que las personas sientan la crisis climática como un problema cercano, incluso cuando ocurre a miles de kilómetros.
La percepción de la crisis climática ha estado tradicionalmente mediada por la distancia: lo que ocurre en otro país o en otra región del mundo rara vez se vive como una amenaza directa. Esa sensación de lejanía explica en parte la apatía social frente a los impactos ambientales. Pero una nueva investigación sugiere que esa barrera emocional puede romperse no mediante datos o argumentos, sino a través de experiencias inmersivas que permiten “estar” en el lugar afectado sin moverse físicamente. Un estudio publicado esta semana en Scientific Reports (grupo Nature) describe cómo la realidad virtual es capaz de reducir la indiferencia y generar una conexión afectiva con comunidades que sufren daños relacionados con el calentamiento global.
La investigación fue desarrollada por el Virtual Human Interaction Lab (VHIL) de la Universidad de Stanford y presentada también a través de la plataforma EurekAlert!. Su hallazgo principal es que, cuando una persona recorre un territorio vulnerable mediante realidad virtual en tres dimensiones, desarrolla un sentimiento de pertenencia y cuidado que no aparece al observar simples fotografías o videos. Como consecuencia, se incrementa la disposición a apoyar medidas ambientales y a comprender la magnitud humana del problema. En un contexto de polarización en torno al clima, los investigadores plantean que se trata de una herramienta prometedora para generar cooperación social sin recurrir a discursos alarmistas.
Una experiencia que reemplaza la distancia emocional
El estudio se basó en un experimento con 163 estudiantes que fueron asignados de manera aleatoria a dos grupos: uno visualizó imágenes estáticas y otro recorrió espacios urbanos reconstruidos digitalmente con tecnología inmersiva. Los entornos incluían ciudades de Estados Unidos identificadas con un alto nivel de riesgo climático, entre ellas Nueva York, Des Moines y Miami. Los participantes sobrevolaban esos territorios con gafas de realidad virtual mientras escuchaban un relato informativo sobre inundaciones agravadas por el calentamiento global, hecho que permitía conectar paisaje y contexto.
De acuerdo con los resultados publicados, quienes vivieron la experiencia inmersiva no solo expresaron una mayor preocupación, sino también un sentimiento de custodia hacia los lugares visitados. Esa reacción afectiva se asoció con actitudes más favorables al compromiso climático: desde la predisposición a informarse más hasta el apoyo político a organizaciones ambientales. La inmersión hizo que el daño climático dejara de ser percibido como un “problema ajeno” o distante.
Según la autora principal del trabajo, la investigadora Monique Santoso, especialista en comunicación de la Universidad de Stanford, la clave está en el modo en que la experiencia modifica la perspectiva personal: “La realidad virtual puede hacer que los impactos climáticos lejanos se sientan directos y personalmente relevantes”. La investigadora destaca que no se trata de provocar temor, sino empatía: “Al ayudar a las personas a formar vínculos emocionales con lugares lejanos, la VR favorece emociones constructivas que promueven la participación en lugar de paralizar con miedo”.
Más allá de los gráficos: vinculación emocional e identidad
Los participantes que utilizaron realidad virtual relataron que, tras sobrevolar entornos donde los efectos climáticos ya son visibles, se sintieron interpelados por lo que ocurre a esas comunidades. El estudio subraya que este cambio no depende de la espectacularidad técnica, sino de la sensación de estar “presente” en el lugar afectado. El cerebro interpreta el entorno como vivido, no como observado a distancia, y ese matiz resulta decisivo.
El hallazgo refuerza una hipótesis que el VHIL explora desde hace años: la capacidad de la inmersión digital para modificar percepciones sin apelar a campañas de persuasión convencional. El director del laboratorio, Jeremy Bailenson, destaca que esta vez el efecto aparece incluso cuando no hay instrucciones explícitas para pensar en el cambio climático: “Uno de los principales obstáculos en trabajos anteriores era que la gente no elige ponerse un visor para mirar imágenes ambientalmente perturbadoras. En el trabajo de Monique, las personas exploran lugares, desarrollan apego hacia esos lugares y después aparecen efectos positivos simplemente por haber generado ese vínculo”.
De esta manera, la investigación sugiere que la VR puede funcionar como un puente emocional: primero se genera conexión con el territorio, y recién entonces emerge la preocupación ambiental. El proceso opera casi a la inversa del enfoque tradicional de comunicación climática, que intenta persuadir mediante advertencias, cifras científicas o el recuerdo de catástrofes.
La dimensión política y la superación de sesgos previos
Uno de los aspectos más llamativos del estudio es que el aumento de empatía se registró tanto en personas con posturas progresistas como en aquellas con inclinaciones conservadoras. Los autores remarcan este punto como especialmente relevante, debido a la creciente brecha ideológica en torno a la agenda climática. El experimento sugiere que la realidad virtual logra crear un espacio donde distintos perfiles políticos comparten un sentimiento de cuidado frente a un daño concreto, alejándose de disputas abstractas.
La motivación no surge porque un participante acepte un argumento racional, sino porque experimenta una proximidad afectiva: el paisaje visitado deja de ser un escenario lejano para convertirse en un lugar concreto donde “algo propio” podría perderse. En términos comunicativos, se trata de una reconfiguración profunda del marco emocional desde el que las personas deciden si prestar atención o no al problema.
La publicación en Scientific Reports subraya que los efectos observados no se vinculan a la precisión gráfica del entorno, sino a la sensación subjetiva de presencia. En otras palabras, no es necesario que el modelo digital sea fotorrealista; lo que importa es que el usuario se perciba situado dentro del espacio recreado. Ese componente sensorial transforma la empatía en un proceso vivido y no meramente intelectual.
Un enfoque con potencial educativo y social
Los investigadores ven en esta técnica una oportunidad para proyectos educativos y campañas públicas. La VR puede mostrar el impacto humano de la subida del nivel del mar, las sequías o los incendios de una forma que las estadísticas nunca consiguen transmitir por sí solas. También puede convertirse en una herramienta para gobiernos locales que busquen apoyo ciudadano a medidas de adaptación.
Las autoras del estudio explican en EurekAlert que esta tecnología podría mejorar la comprensión social de riesgos ambientales que a menudo se consideran “problemas de otros”. Al recorrer áreas que sufren la pérdida de hogares, infraestructuras o ecosistemas, los usuarios conectan con el sufrimiento ajeno de un modo inmediato. La identificación emocional abre paso a la solidaridad, y la solidaridad facilita la cooperación política, incluso en contextos polarizados.
De forma complementaria, los investigadores sostienen que el potencial de esta herramienta no se limita al cambio climático. Cualquier proceso social que requiera sensibilizar sobre realidades geográficas y culturales distantes podría beneficiarse: desde la conservación de biodiversidad hasta la ayuda humanitaria.
El desafío de la escalabilidad y los siguientes pasos
Junto con los beneficios, el estudio reconoce desafíos prácticos. Uno de ellos es la accesibilidad de los dispositivos. Aunque los visores VR se han abaratado en los últimos años, aún no forman parte del uso cotidiano de la mayoría de la población. La investigación, sin embargo, sugiere que la expansión progresiva de estos equipos —y la aparición de formatos móviles o instalaciones públicas— facilitará su aplicación en campañas cívicas y educativas.
Otro punto a desarrollar es cómo mantener el impacto en el tiempo. La empatía generada por la VR es intensa, pero los investigadores desean entender cuánto dura y cómo reforzarla. El equipo de Stanford proyecta nuevas etapas de prueba donde se incorporen visitas repetidas a los mismos lugares o recorridos guiados por comunidades locales para fortalecer el vínculo emocional con voces reales.
Empatía como puerta de entrada a la acción
La experiencia de este estudio pone de relieve que la transformación individual no siempre se produce por vía argumentativa ni mediante la información técnica. A menudo comienza por “sentir”, y solo después se pasa a “comprender”. Los participantes no fueron empujados hacia un discurso ambientalista; simplemente se les permitió estar allí, virtualmente, donde el daño ocurre y donde hay personas intentando proteger su hogar.
La conclusión general es que la realidad virtual no solo entretiene o ilustra: también conecta, y esa conexión ofrece una vía distinta para movilizar a quienes se sienten ajenos a la crisis climática. En un contexto global en el que la fatiga informativa convive con la urgencia ambiental, los investigadores creen que esta herramienta podría ayudar a reconstruir la empatía colectiva, un recurso cada vez más escaso y, sin embargo, indispensable para sostener la acción climática de largo plazo.
Con esta línea de trabajo, el equipo de Stanford reabre el debate sobre cómo comunicar la crisis climática sin caer en el desgaste emocional del miedo ni en la retórica distante de los informes técnicos. Si la tecnología puede tender puentes afectivos que devuelvan humanidad a la narrativa climática, la realidad virtual podría convertirse en una aliada inesperada para que un problema global vuelva a sentirse como un desafío común y compartido.

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