La catalana María Branyas Morera falleció en agosto del año pasado a los 117 años y 168 días de edad, después de haber sido durante más de un año y medio la persona más longeva del mundo. Su caso llamó la atención no solo por la extraordinaria longevidad, sino porque se mantuvo con buena salud hasta el final de su vida. Ahora, un grupo de investigadores ha revelado las claves biológicas que explican este fenómeno.
Nacida en San Francisco en 1907 y residente durante la mayor parte de su vida en Cataluña, María Branyas se convirtió en un símbolo de longevidad. Lo que intrigaba a médicos y científicos no era únicamente su edad avanzada, sino el hecho de que nunca desarrolló cáncer, no mostró signos de demencia y conservó una notable agudeza mental hasta su muerte, ocurrida mientras dormía por causas naturales. Incluso superó la infección por COVID-19 a los 113 años, un hecho que asombró a la comunidad médica.
El Instituto de Investigación contra la Leucemia Josep Carreras, en colaboración con otros centros españoles, emprendió un estudio exhaustivo de su organismo con el objetivo de comprender cómo una persona podía llegar a vivir tanto tiempo con un estado de salud tan estable. Los resultados, publicados en la revista Cell Reports Medicine, muestran que la biología de Branyas parecía resistir de forma excepcional el deterioro asociado al envejecimiento.
Una edad biológica mucho más joven
Uno de los hallazgos más sorprendentes del estudio es que, pese a que los registros oficiales confirmaban sus 117 años, sus células parecían tener varias décadas menos. Los investigadores midieron lo que se conoce como “edad epigenética”, es decir, una estimación de la edad biológica basada en marcas químicas que se acumulan en el ADN a lo largo del tiempo.
En la mayoría de las personas, la edad epigenética coincide bastante con la cronológica. Sin embargo, en el caso de Branyas las seis técnicas utilizadas arrojaron un resultado inequívoco: su organismo correspondía al de alguien de alrededor de 80 años. Esto implica que, biológicamente, tenía casi 40 años menos de lo que marcaba el calendario.
Los expertos explican que esta diferencia puede haber sido crucial para retrasar el inicio de enfermedades degenerativas. “Sus células se comportaban como si pertenecieran a una persona mucho más joven”, señalaron los autores del trabajo, destacando que este tipo de casos son extremadamente raros.
Variantes genéticas protectoras
La genética también jugó un papel clave. El análisis reveló que Branyas portaba variantes poco frecuentes en genes asociados con la protección frente a enfermedades cardiovasculares, neurodegenerativas y diversos trastornos relacionados con el envejecimiento.
En total se identificaron siete variantes que nunca antes habían sido observadas en población europea. Estas mutaciones parecían interactuar entre sí como una especie de escudo biológico que ralentizaba el impacto de la edad sobre su organismo.
Además, sus mitocondrias —los orgánulos celulares responsables de producir energía— funcionaban de manera más eficiente que las de personas mucho más jóvenes. Los investigadores creen que esta particularidad ayudó a que su cerebro se mantuviera lúcido y a que sus órganos no sufrieran un desgaste acelerado.
Un microbioma intestinal fuera de lo común
Otro de los factores diferenciales se encontraba en su sistema digestivo. El estudio mostró que Branyas mantenía altos niveles de Bifidobacterium, una bacteria intestinal beneficiosa que suele disminuir de forma drástica en los ancianos y casi desaparecer en personas de más de 100 años.
La presencia abundante de esta bacteria, que ayuda a reducir inflamaciones y favorece una digestión saludable, le otorgaba un perfil intestinal similar al de alguien mucho más joven. Los científicos plantean que este equilibrio microbiano pudo haber contribuido a su resistencia frente a infecciones y enfermedades crónicas.
Una posible explicación está en sus hábitos alimenticios. Branyas consumía a diario yogur con probióticos, lo que podría haber favorecido la permanencia de estas bacterias en su organismo. Aunque los investigadores advierten que no se puede establecer un vínculo causal directo, no descartan que su dieta mediterránea, rica en frutas, verduras, pescado y aceite de oliva, haya influido en su microbiota intestinal.
Un metabolismo de persona de mediana edad
El perfil metabólico de Branyas resultaba igualmente llamativo. Tenía niveles muy bajos de colesterol LDL (considerado “malo”) y valores altos de colesterol HDL (el “bueno”). Además, su organismo metabolizaba las grasas con una eficiencia que los científicos describieron como “una de las mejores que hemos medido”.
Este equilibrio en su metabolismo no solo se asocia a un menor riesgo de enfermedades cardiovasculares, sino también a un estado de energía y vitalidad poco común en edades avanzadas. El hecho de que sus marcadores sanguíneos permanecieran estables hasta el final de su vida refuerza la idea de que su cuerpo funcionaba de manera atípicamente saludable para su edad.
La paradoja de los telómeros
El estudio también encontró señales típicas de envejecimiento. Sus telómeros —estructuras que protegen los extremos de los cromosomas— eran extremadamente cortos, una característica que suele estar relacionada con enfermedades graves. Asimismo, en su sangre aparecían alteraciones que en otras personas suelen ser antesala de cáncer.
Sin embargo, en su caso, estas señales nunca desembocaron en patologías. Este contraste desconcertó a los investigadores, que destacan la singularidad del organismo de Branyas. “Es sorprendente que, a pesar de tener varios indicadores de riesgo, nunca desarrollara las enfermedades que normalmente se esperan”, apuntaron los científicos.
Genética, estilo de vida y azar
Los especialistas subrayan que casos como el de María Branyas son extraordinarios y que no es posible atribuir su longevidad únicamente a la genética o al estilo de vida. Una combinación de factores, sumada a una dosis considerable de azar, parece haber sido la clave.
“Hay elementos biológicos únicos que la protegieron, pero también jugó un papel importante el hecho de que llevó una vida con hábitos saludables y, por supuesto, tuvo mucha suerte”, explicó el equipo de investigación en el artículo.
El hecho de que haya sobrevivido a guerras, pandemias y diversas crisis sanitarias, manteniendo siempre un estilo de vida basado en la dieta mediterránea, la actividad mental constante —tocaba el piano hasta los 108 años— y una actitud vitalista, refuerza la idea de que su longevidad fue el resultado de un cóctel complejo.
Implicaciones para el futuro
Más allá del carácter excepcional de este caso, los investigadores destacan la importancia de sus hallazgos. Estudiar a personas como María Branyas puede abrir nuevas vías para comprender los mecanismos que permiten envejecer con salud.
El conocimiento obtenido podría servir para desarrollar estrategias que ayuden a retrasar la aparición de enfermedades crónicas y mejorar la calidad de vida en la vejez. “No podemos replicar la genética única de Branyas, pero sí aprender de los procesos que mantuvieron su organismo joven durante tanto tiempo”, señalaron los autores.
El estudio, disponible en Cell Reports Medicine, sugiere que comprender los factores biológicos que permiten a algunos individuos mantenerse biológicamente jóvenes podría ser la clave para que, en el futuro, más personas puedan disfrutar de una longevidad saludable.
En definitiva, María Branyas no solo deja un legado humano como la persona más longeva del mundo durante casi dos años, sino también un legado científico que podría marcar un antes y un después en la investigación sobre el envejecimiento.
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