Un equipo internacional de investigadores ha identificado en Rusia una variante primitiva de la bacteria Yersinia pestis en huesos de oveja con 4000 años de antigüedad, lo que sugiere que el ganado doméstico pudo haber desempeñado un papel clave en la propagación temprana de esta enfermedad mortal.
El hallazgo revela una conexión inesperada entre la ganadería de la Edad del Bronce y la evolución temprana de la peste, mucho antes de que la enfermedad se convirtiera en la devastadora pandemia que arrasó Europa en la Edad Media. La bacteria responsable, Yersinia pestis, ha circulado entre distintas especies durante miles de años, pero hasta ahora no se había detectado en restos animales tan antiguos vinculados a sociedades pastoriles.
Los análisis genéticos muestran que el genoma encontrado en los restos ovinos es casi idéntico al de bacterias halladas en restos humanos de la misma región y época, lo que plantea nuevas preguntas sobre cómo se transmitía la infección y cuál era su verdadero origen. Para los científicos, el descubrimiento abre un camino de investigación que podría reescribir parte de la historia evolutiva de una de las enfermedades más letales conocidas por la humanidad.
Una bacteria con una historia mucho más antigua que la Edad Media
Aunque la peste suele asociarse con la pandemia de la “muerte negra” del siglo XIV, que mató a decenas de millones de personas en Europa y Asia, la bacteria que la causa es mucho más antigua. Yersinia pestis surgió hace más de 5.000 años y ha experimentado múltiples cambios evolutivos. La variante medieval adquirió la capacidad de transmitirse a través de las pulgas de ratas, lo que facilitó su rápida expansión entre poblaciones humanas.
Sin embargo, las variantes más antiguas, como la llamada “Late Neolithic and Bronze Age” (LNBA), carecían de esa capacidad. Aun así, han aparecido restos humanos de esa época que portaban la bacteria, lo que durante años ha desconcertado a los investigadores. ¿Cómo podía una variante sin vector especializado infectar a tantas personas? La respuesta podría estar, según el nuevo estudio, en los animales domésticos.
El hallazgo en Arkaim: un enclave clave de la Edad del Bronce
Los restos ovinos analizados proceden de un yacimiento arqueológico cerca de Arkaim, en el sur de los Urales, una zona situada justo al norte de la frontera con Kazajistán. Hace 4000 años, Arkaim formaba parte de la cultura Sintashta-Petrovka, conocida por su avanzada tecnología en la cría de ganado, la metalurgia y la construcción de asentamientos fortificados.
Esta cultura pastoril no almacenaba grandes cantidades de grano, por lo que carecía de las condiciones que atraían a ratas y a las pulgas, que en épocas posteriores se convirtieron en los principales vectores de la peste. Según la antropóloga Taylor Hermes, miembro del equipo de investigación, “Arkaim formaba parte de un complejo cultural donde el pastoreo intensivo y la cría de ovejas eran esenciales para la subsistencia. Esto nos ofrecía un escenario único para buscar rastros de la bacteria en un contexto diferente al habitual”.
La bacteria fue identificada gracias a técnicas avanzadas de análisis de ADN antiguo, capaces de recuperar y secuenciar fragmentos genéticos degradados. El resultado sorprendió a los investigadores: el genoma era prácticamente idéntico al encontrado en restos humanos de la misma región y época, lo que sugiere un vínculo epidemiológico directo entre humanos y animales domésticos.
Un genoma que apenas cambió durante siglos
Una de las revelaciones más intrigantes del estudio es que todas las variantes LNBA analizadas, halladas en distintos puntos de Eurasia, muestran una sorprendente estabilidad genética. Mientras que muchas enfermedades tienden a mutar con el tiempo para aumentar su capacidad de contagio —como ocurrió con el virus SARS-CoV-2 durante la pandemia de COVID-19—, en este caso las secuencias genéticas permanecieron prácticamente inalteradas durante siglos.
Esto podría indicar que la bacteria ya estaba bien adaptada a su nicho ecológico y que su forma de transmisión no dependía de una evolución rápida. Para la arqueóloga Christina Warinner, “si no supiéramos que este genoma procede de una oveja, cualquiera habría asumido que se trataba de una infección humana, porque las diferencias son mínimas. Este hallazgo sugiere que el ganado pudo haber sido un reservorio importante de la enfermedad”.
¿Quién infectó a quién?
La presencia de la variante LNBA en humanos y ovejas plantea un dilema que aún no tiene respuesta: ¿fueron los animales quienes transmitieron la bacteria a las personas o sucedió al revés? El equipo considera posible que las ovejas contrajeran la infección al entrar en contacto con cadáveres de pequeños mamíferos infectados, como roedores silvestres. Si esos animales infectados eran manipulados o consumidos sin la debida cocción, el salto al ser humano era inevitable.
Warinner subraya que la forma de vida de las comunidades de la estepa facilitaba el contacto entre ovejas y fauna silvestre: “La cultura Sintashta-Petrovka se caracterizaba por mover grandes rebaños a través de vastas llanuras. Esa movilidad incrementaba las oportunidades para que los animales entraran en contacto con focos de infección naturales”.
El problema es que, al carecer de la capacidad para transmitirse mediante pulgas, sigue sin estar claro cómo se infectaban esos roedores silvestres en primer lugar. El biólogo Felix M. Key explica que “probablemente hubo una fuente de infección primaria que aún no hemos identificado. Encontrarla es el siguiente objetivo de nuestra investigación”.
Un hallazgo que reescribe la historia de la peste
Este descubrimiento no solo amplía el conocimiento sobre la evolución de Yersinia pestis, sino que también obliga a reconsiderar el papel de los animales domésticos en las primeras epidemias. Tradicionalmente, la narrativa sobre la peste se ha centrado en el papel de las ratas y sus pulgas como vectores. Sin embargo, la evidencia genética de Arkaim apunta a un escenario más complejo, en el que la ganadería y el contacto estrecho entre humanos y animales fueron determinantes.
La idea de que el ganado pudo actuar como puente epidemiológico entre la fauna silvestre y las comunidades humanas de la Edad del Bronce abre nuevas líneas de investigación. Esto podría explicar por qué la bacteria estaba tan extendida incluso en sociedades que carecían de las condiciones urbanas que, siglos más tarde, facilitarían la devastación de la peste medieval.
Lo que falta por descubrir
El equipo planea ampliar su análisis a otros restos animales y humanos de la misma región y de yacimientos contemporáneos en Asia Central y Europa Oriental. El objetivo es trazar un mapa más completo de la distribución geográfica y temporal de la variante LNBA y, con suerte, identificar la misteriosa fuente primaria de infección.
En palabras de Key, “cuanto más sepamos sobre el origen y la ecología de estas variantes antiguas, mejor podremos entender cómo surgen y se adaptan las enfermedades zoonóticas. Y esa información es vital, no solo para la arqueología y la historia, sino para prevenir futuras pandemias”.
La investigación, publicada en la revista Cell, combina arqueología, genética y microbiología para ofrecer una visión sin precedentes sobre los orígenes de una de las enfermedades más temidas de la historia humana. Más allá de su valor histórico, los resultados recuerdan que los patógenos con potencial pandémico pueden esconderse en reservorios animales durante milenios, listos para reaparecer en circunstancias propicias.
Fuente científica:
Light-Maka, I., Hermes, T. R., Bianco, R. A., Semerau, L., Kosintsev, P., Alekseeva, V., Kim, D., Hanage, W. P., Herbig, A., Jeong, C., Warinner, C., & Key, F. M. (2025). Bronze Age Yersinia pestis genome from sheep sheds light on hosts and evolution of a prehistoric plague lineage. Cell. Advance online publication. https://doi.org/10.1016/j.cell.2025.07.029
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