Un nuevo estudio revela por qué ciertas zonas del Amazonas, tras haber sido devastadas por la minería artesanal de oro, son hoy incapaces de regenerarse, incluso con ayuda humana. La clave: la tierra ha quedado tan seca y dañada que ni los árboles más resistentes logran sobrevivir.
En el corazón del Amazonas peruano, en la región de Madre de Dios, hay zonas donde el bosque parece haberse rendido. A pesar de que la actividad minera cesó hace años, ni una sola rama ha vuelto a alzarse hacia el cielo. Allí, donde antes se extendía una selva exuberante, hoy solo quedan piscinas estancadas, montañas de arena abrasadora y un silencio vegetal que desconcierta a los investigadores. Pero un nuevo estudio publicado en Communications Earth & Environment ha conseguido resolver el misterio: las heridas que la minería ha dejado son tan profundas que impiden cualquier forma de regeneración natural.
La promesa dorada que desertificó la selva
Todo comienza con la fiebre del oro. A lo largo de las últimas décadas, miles de pequeños mineros (la mayoría organizados en familias o pequeños grupos) se han lanzado a excavar en busca del preciado metal. La técnica que utilizan es brutal, aunque rudimentaria: grandes chorros de agua a presión remueven la tierra hasta convertirla en una mezcla fangosa, que luego se filtra para extraer los diminutos granos de oro. Esta práctica, conocida como minería aluvial, no requiere grandes inversiones tecnológicas, pero sí deja un rastro ecológico devastador.
“Este proceso no solo elimina la vegetación”, explica el geocientífico Josh West, autor principal del estudio. “También desmantela completamente la capa superficial del suelo, rica en nutrientes, y altera la estructura física del terreno de una manera que impide que vuelva a retener agua”.
Lo más alarmante, según los investigadores, es que incluso en zonas donde se ha intentado restaurar el ecosistema plantando árboles jóvenes, los esfuerzos han fracasado estrepitosamente. Casi todas las plántulas mueren en cuestión de semanas.
Un suelo que ya no quiere vivir
Para entender qué ocurre exactamente, West y su equipo se desplazaron a dos antiguos sitios de extracción en Madre de Dios, una región considerada uno de los epicentros de la minería informal en la Amazonía. Lo que encontraron allí fue un terreno tan transformado que ya no podía llamarse “suelo” en el sentido ecológico del término.
Las montañas de arena (algunas de hasta nueve metros de altura) funcionan como verdaderas coladeras. Las mediciones realizadas mostraron que el agua de lluvia se filtra hasta cien veces más rápido que en un suelo no perturbado. Esto significa que, tras una precipitación, el agua desaparece rápidamente hacia las capas profundas del subsuelo, lejos del alcance de las raíces de los árboles jóvenes. Como si eso fuera poco, la ausencia de cobertura vegetal deja el suelo completamente expuesto al sol, con temperaturas superficiales que pueden alcanzar los 60 grados Celsius.
“Es como intentar hacer crecer un árbol en un horno”, explica West. Su colega, la hidróloga Abra Atwood, añade: “Cuando las raíces no encuentran agua y el suelo está abrasador, incluso los brotes replantados con más cuidado están condenados al fracaso”.
Minería artesanal: una amenaza silenciosa pero masiva
Uno de los aspectos más inquietantes del estudio es que no estamos hablando de minería industrial a gran escala, sino de operaciones familiares o informales. No obstante, su impacto acumulado es inmenso. Solo en la región de Madre de Dios, la minería artesanal ha destruido más de 95 000 hectáreas de selva desde 1980. A nivel de toda la cuenca amazónica, se estima que al menos un 10 % de la deforestación está directamente relacionada con la fiebre del oro.
Y la situación empeora cada año. Según los datos de monitoreo satelital, muchas de estas actividades ocurren dentro o alrededor de áreas protegidas, como reservas naturales peruanas, donde la ley prohíbe cualquier forma de minería. Sin embargo, la falta de control efectivo, sumado al alto precio del oro en el mercado internacional, incentiva la expansión constante de estas explotaciones.
Lo más grave es que los territorios afectados no solo pierden árboles: pierden su capacidad de albergar vida. Se convierten en desiertos donde ni siquiera los ecosistemas adaptados a condiciones extremas pueden establecerse. Y como demuestra el estudio, ni siquiera el esfuerzo humano más dedicado consigue revertir ese daño.
La restauración, una carrera contrarreloj
¿Hay alguna esperanza? Los autores del estudio creen que sí, aunque con matices importantes. “Es posible restaurar estas áreas, pero no simplemente plantando árboles y esperando lo mejor”, aclara West. “Necesitamos rediseñar completamente el paisaje”.
Entre las soluciones propuestas por el equipo de investigación se encuentra la nivelación de los montículos de arena y el relleno de las lagunas artificiales que dejó la minería. El objetivo: reducir la pérdida de agua, acercar el nivel freático a la superficie y recrear un entorno mínimamente propicio para el desarrollo de raíces y vida vegetal.
“El problema del agua es central”, insiste Atwood. “Sin humedad, no hay vida posible. Ni siquiera en la Amazonía”.
Otra alternativa más lenta (aunque teóricamente viable) sería dejar que la naturaleza recupere el terreno mediante la erosión natural. Sin embargo, eso podría tardar siglos. Para entonces, muchas otras áreas de la selva ya podrían haber corrido la misma suerte.
“Solo tenemos un Amazonas”, advierte West. “Es un ecosistema único, un sistema vivo que no tiene reemplazo. Si lo perdemos, perdemos algo que no se puede volver a crear”.
Un llamado a la acción global
Más allá de las fronteras del Perú, el estudio resuena como una advertencia para toda la región amazónica y el mundo. Aunque las cifras de deforestación por minería informal pueden parecer modestas en comparación con la tala para agricultura o ganadería, el tipo de daño que causan es mucho más profundo y difícil de revertir.
Los investigadores también hacen hincapié en que la solución no puede ser únicamente técnica. Hace falta voluntad política, cooperación internacional y, sobre todo, una revalorización de la selva como sistema esencial para la vida en el planeta. La Amazonía no solo es un pulmón verde: es un regulador climático, una fuente de biodiversidad y un bastión cultural para numerosas comunidades indígenas.
En palabras del propio West, “cada hectárea de bosque que perdemos a manos de la minería representa no solo una pérdida ecológica, sino también una derrota ética para nuestra civilización. Debemos actuar antes de que estas cicatrices se multipliquen y se vuelvan permanentes”.
Fuente: Atwood, A., S. Ramesh, J. Angel-Amaya, D. H. C. Rimachi, H. Cadillo-Quiroz, C. Chen, A. J. West (2025). "Landscape controls on water availability limit revegetation after artisanal gold mining in the Peruvian Amazon" (Atwood et al. 2025)datasets, HydroShare, https://doi.org/10.4211/hs.05a0490e971f491fa64c62cbde499a6a
Fuente: University of Southern California. (2025, junio 2). Why forests aren’t coming back after gold mining in the Amazon [Comunicado de prensa]. EurekAlert! https://www.eurekalert.org/news-releases/1085728
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