El estrés en adolescentes causa más enfermedades en la vida adulta

Los investigadores no solo confirmaron la relación entre el estrés adolescente y problemas de salud en la adultez, sino que se sorprendieron al encontrar un patrón consistente en todos los factores de riesgo evaluados, destacando la necesidad de abordar el estrés juvenil como indicador clave para la salud a largo plazo.

El colegio, los amigos, las redes sociales… Cuando eres adolescente, puedes estresarte por cualquier cosa sin que puedas hacer gran cosa al respecto. Sin embargo, resulta que esto también puede tener consecuencias más adelante en la vida. De hecho, los adolescentes con más estrés tienen más probabilidades de sufrir hipertensión y obesidad, entre otras cosas, que sus compañeros más relajados.

Por tanto, es importante vigilar los niveles de estrés de los niños desde una edad temprana para evitar que sufran problemas cardiovasculares de adultos. “Nuestros hallazgos muestran que el estrés prolongado en el tiempo puede tener graves consecuencias para la salud vascular y la presión arterial, así como para la distribución de la grasa y la obesidad, entre otras cosas”, afirma la investigadora Fangqi Guo, de la Universidad del Sur de California. “Esto demuestra la importancia de controlar el estrés en la infancia como medio para mejorar la salud”.

En 2020, las enfermedades cardiovasculares y la diabetes, o trastornos cardiometabólicos, eran las dolencias crónicas más comunes en EE. UU. y causaban casi una cuarta parte de todas las muertes, según la Asociación Americana del Corazón. Gran parte de estas enfermedades se pueden prevenir, ya que existe una estrecha relación con el sobrepeso y la obesidad.

Según investigaciones anteriores de la Fundación Americana del Corazón, es mejor abordar las causas subyacentes en la infancia que más adelante, cuando ya es demasiado tarde. Y puesto que el estrés parece ser ahora un importante factor de riesgo, precisamente eso debería reducirse en niños y adolescentes.

Adolescentes estadounidenses

Los investigadores pudieron demostrarlo muy bien utilizando un estudio californiano en el que participaron 276 niños pequeños con sus padres cuando tenían unos 6 años. Después participaron en estudios de seguimiento a los 13 y 24 años de media. En cada edad se midió el estrés, preguntando por los sentimientos y pensamientos del mes anterior a la realización del cuestionario. Así se crearon cuatro grupos: jóvenes con estrés alto o bajo a largo plazo, y jóvenes con estrés decreciente o creciente a lo largo del tiempo.

Su riesgo para la salud se midió observando el grosor de los vasos sanguíneos del cuello, la tensión arterial, el peso, el porcentaje de grasa y la hemaglobina A1c. Esta última indica los niveles de azúcar en sangre. Un mayor grosor de la capa interna de las venas del cuello puede indicar que la sangre no fluye correctamente, y más grasa abdominal se relaciona con un mayor riesgo de enfermedad cardiovascular y diabetes tipo 2.

Sorprendidos a pesar de todo

Los resultados fueron directos: los adolescentes que estuvieron constantemente sometidos a mucho estrés hasta llegar a la edad adulta eran más propensos a tener una peor salud cardiovascular, un mayor porcentaje de grasa de media, más grasa abdominal, una presión arterial más alta y un mayor riesgo de obesidad en comparación con los jóvenes menos estresados.

Los investigadores se sorprendieron. “Aunque suponíamos que el estrés estaría relacionado en cierta medida con factores como la presión arterial y la grasa abdominal, no esperábamos un patrón tan consistente en todos los factores de riesgo”, dice Guo. “Los médicos deberían plantearse evaluar los niveles de estrés de los pacientes. Así se puede identificar a los que tienen un estrés elevado y recibir tratamiento antes”.

Más datos sobre el estrés en el mundo

El estrés, una realidad omnipresente en la sociedad contemporánea, ha alcanzado proporciones alarmantes a nivel mundial. De acuerdo con estudios de la Organización Mundial de la Salud (OMS), se proyecta que para el año 2030, las enfermedades vinculadas al estrés se posicionen como la principal causa de discapacidad a escala global. Este fenómeno no conoce fronteras, afectando a personas de diversas edades, géneros y contextos socioculturales.

Datos reveladores indican que aproximadamente el 75 % de la población mundial experimenta niveles de estrés que impactan adversamente en su bienestar general. Este fenómeno no solo se circunscribe al ámbito personal, sino que trasciende al entorno laboral, donde el estrés laboral se ha convertido en una preocupación de proporciones epidémicas. Millones de trabajadores se ven afectados, generando pérdida de productividad y costos económicos sustanciales para las empresas.

Adentrándonos en las consecuencias para la salud, investigaciones detalladas señalan que el estrés crónico se correlaciona con afecciones graves, como enfermedades cardiovasculares y trastornos mentales. Este deterioro en la salud mental y física no solo incide en la calidad de vida individual, sino que también impone una carga significativa en los sistemas de atención médica a nivel global.

La búsqueda de estrategias eficaces para gestionar y reducir el estrés se ha convertido en una prioridad imperante. Instituciones, gobiernos y organizaciones dedican recursos considerables para abordar este problema, reconociendo su impacto profundo en la sociedad. Sin embargo, las soluciones requieren enfoques holísticos que aborden tanto los factores individuales como los sistémicos que contribuyen a este fenómeno.
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