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La alianza entre humanos y perros se revela más antigua y profunda de lo que se creía
lunes, noviembre 17, 2025

La alianza entre humanos y perros se revela más antigua y profunda de lo que se creía

Perro antiguo de pelaje grueso representado como compañero humano en rutas migratorias a través de Eurasia.

La relación entre personas y perros, hoy tan cotidiana y afectiva, se forjó a lo largo de milenios de viajes compartidos, cambios culturales y migraciones que moldearon simultáneamente la historia de ambas especies.

Aunque en la actualidad su presencia suele asociarse al bienestar emocional o a la compañía hogareña, el papel de los perros en sociedades antiguas fue decisivo. Ayudaron a cazar, vigilar territorios, proteger asentamientos y, en algunas culturas, incluso arrastrar cargas. Un nuevo análisis genético revela que esta colaboración no solo es muy antigua —con evidencias que superan los 20 000 años— sino también más estrecha y simbiótica de lo que se pensaba, especialmente durante los procesos de expansión humana por Eurasia. La investigación, dada a conocer en la revista científica Science, se basa en ADN antiguo recuperado en diversas regiones de Siberia, China, el este de Asia y la vasta estepa centroasiática, lo que permite observar con detalle cómo los movimientos humanos estuvieron acompañados por transformaciones paralelas en las poblaciones caninas.

Según los autores del estudio, la expansión de nuevas formas de vida —como la llegada de la agricultura, el pastoreo o la metalurgia— ocurrió en sincronía con la dispersión de perros asociados a esas comunidades. Este hallazgo refuerza la idea de que los canes no fueron simples acompañantes: se integraron en el tejido cultural de los grupos humanos de una forma tan profunda que sus linajes evolucionaron de manera casi paralela a los de las personas con las que vivían y viajaban.

Una colaboración que se extendió por Eurasia

Para reconstruir la historia compartida de humanos y perros, los investigadores analizaron ADN de diecisiete perros antiguos cuyas edades oscilaban entre los 9 700 y los 870 años. Algunos de estos restos fueron recuperados en China, representando las primeras muestras secuenciadas de esa región, un área clave por su profunda complejidad cultural durante los últimos 10 000 años. Estas nuevas secuencias se compararon con información genómica de 57 perros antiguos adicionales y 160 perros modernos, lo que permitió trazar un mapa evolutivo amplio y significativo.

El equipo constató que los cambios genéticos en humanos y perros iban de la mano en regiones que atravesaban transiciones demográficas importantes. A medida que migraban grupos humanos —cazadores-recolectores, agricultores tempranos o comunidades nómadas de la estepa— los perros viajaban con ellos, se mezclaban con poblaciones locales y daban lugar a nuevas variedades adaptadas a tareas específicas. Esta correlación tan marcada entre ambos genomas sugiere que el vínculo no era meramente utilitario: implicaba una selección intencional y un sentido de pertenencia que se mantuvo a lo largo de milenios.

La investigación señala que esta sincronía es especialmente visible en etapas históricas de gran transformación cultural. Allí donde surgían nuevas tecnologías, modos de vida o sistemas de organización social, aparecían también nuevas líneas de perros asociadas a esas comunidades emergentes. Esto respalda la hipótesis de que la domesticación no fue un proceso estático, sino una relación dinámica que se transformó al ritmo del desarrollo humano.

La llegada de los metalurgistas y la expansión hacia China

Uno de los hallazgos más destacados se observa en la región que hoy corresponde a China durante la temprana Edad del Bronce, hace unos 4 000 años. La llegada de poblaciones procedentes de la estepa euroasiática —portadoras de conocimientos metalúrgicos avanzados— coincidió con el ingreso de nuevos linajes de perros en esa zona. Estas poblaciones introdujeron tecnologías claves para el desarrollo de sociedades más complejas, y los perros que llevaban consigo se integraron rápidamente en las comunidades locales.

Los análisis muestran que los animales procedentes de la estepa se entrecruzaron con perros autóctonos, dando lugar a nuevas mezclas genéticas que reflejan el movimiento humano. Es una evidencia nítida de que las rutas migratorias y de intercambio cultural también fueron caminos recorridos por los animales que acompañaban a los grupos humanos. La coincidencia entre estos desplazamientos es tan marcada que, según los especialistas, permite observar en el genoma canino una especie de huella histórica de los procesos que modelaron Eurasia.

Este fenómeno ilustra cómo los perros, a diferencia de otros animales domesticados, formaron parte activa de la vida cotidiana de las personas, viajaron con ellas, fueron protegidos, seleccionados y adaptados para tareas que se volvían indispensables a medida que las sociedades se transformaban. La presencia simultánea de nuevos estilos de vida y nuevas poblaciones caninas refuerza el carácter de esta relación como un verdadero intercambio cultural.

Huellas que se remontan a 11 000 años

El estudio muestra que esta conexión comenzó mucho antes de la introducción de la metalurgia o de los grandes movimientos de agricultores tempranos. De hecho, ya hace 11 000 años pueden rastrearse señales de interacción entre pueblos de cazadores-recolectores del norte de Eurasia y sus perros, cuyos linajes muestran similitudes con los actuales huskies siberianos. Algunos de estos grupos intercambiaban animales o los llevaban consigo a largas distancias, lo que no solo fortalecía la diversidad genética de las poblaciones caninas, sino que también revela una movilidad humana más amplia de lo que se suponía.

En declaraciones difundidas a través de EurekAlert!, el investigador Lachie Scarsbrook, de la Universidad de Oxford, explica: “Las huellas de estas grandes transformaciones culturales pueden rastrearse en los genomas de los perros antiguos”. El científico añade que “nuestros resultados destacan lo profundamente arraigado que está el significado cultural de los perros. Durante al menos 11 000 años, las personas mantuvieron un fuerte sentido de propiedad y vínculo con sus propios perros”.

Este énfasis en la continuidad histórica subraya que, a diferencia de animales que fueron domesticados por motivos concretos —como la producción de carne, leche o fuerza de tiro—, los perros mantuvieron siempre una dimensión social y simbólica. El componente afectivo, aunque difícil de cuantificar en términos arqueológicos, aparece reflejado en la selección y el cuidado que los grupos dedicaban a sus compañeros caninos.

Adaptación, convivencia y evolución conjunta

Otro de los autores, Laurent Frantz, destaca esa profunda interdependencia entre humanos y perros, señalando que ambos evolucionaron en estrecha sincronía durante milenios. Según afirma en la investigación, “esta estrecha vinculación entre la genética humana y la genética canina muestra que los perros siempre han sido una parte integral de la sociedad, ya fuese hace 10 000 años con un cazador-recolector en el círculo polar o con un metalurgista en una ciudad temprana de China”. Añade que este vínculo constituye “una asociación increíble y duradera que demuestra cómo los perros pueden adaptarse a nuestra forma de vida mucho más que cualquier otro animal doméstico o de granja”.

Estas conclusiones abren nuevas vías para comprender no solo la domesticación, sino también la evolución paralela de culturas humanas y animales. Los perros, al acompañar a sus comunidades en sus desplazamientos y transformaciones, se convirtieron en un reflejo genético de los cambios sociales y tecnológicos que vivió Eurasia. Su versatilidad, su capacidad para asumir roles diversos y su integración en contextos muy distintos los convierten en un testimonio viviente de la movilidad humana.

Para los arqueólogos y genetistas, esta relación plantea preguntas fascinantes sobre cómo influyeron los humanos en los linajes caninos y hasta qué punto los perros moldearon también las prácticas sociales y culturales. Hay evidencias de que, en varias regiones, los perros jugaron papeles clave como protectores, guías o colaboradores en tareas complejas. Esto amplía la idea de domesticación más allá de la utilidad inmediata: lo que existió fue una simbiosis que contribuyó al desarrollo de nuevas formas de vida.

En términos evolutivos, el hallazgo de que los perros se desplazaron junto con la metalurgia, la agricultura o las sociedades nómadas sugiere que cada innovación humana tenía su correlato canino. Las poblaciones humanas no solo elevaban su complejidad cultural, sino que también integraban nuevas funciones para los animales que les acompañaban. Así, la expansión agrícola impulsó la selección de perros capaces de convivir en asentamientos estables, mientras que las sociedades de la estepa requerían animales resistentes, capaces de recorrer largas distancias y adaptarse a climas extremos.

Lo más revelador del estudio es que, pese a los miles de años que separan a aquellos primeros perros de los actuales, todavía pueden verse rastros de esa historia compartida en nuestros compañeros modernos. Desde los huskies hasta las razas pastoriles, muchos de los comportamientos y capacidades que hoy asociamos a los perros son herencias directas de antiguas colaboraciones con grupos humanos muy diversos.

La investigación presentada en Science, junto con la información difundida por EurekAlert, pone de relieve que la relación entre perros y personas no fue un acontecimiento aislado ni un vínculo circunstancial. Fue, y continúa siendo, una alianza cultural que evolucionó al ritmo de nuestras propias transformaciones. Los perros caminaron junto a nosotros cuando cruzamos la estepa, cuando adoptamos la agricultura y cuando descubrimos la metalurgia. Su historia es, en muchos aspectos, un espejo de la nuestra, una narración paralela que confirma que, durante más de 20 000 años, han sido mucho más que animales domesticados: han sido compañeros, aliados y testigos de nuestra capacidad para cambiar el mundo.

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