Los mejores atletas del mundo parecen rozar los límites absolutos del cuerpo humano: nuevas mediciones científicas confirman que existe un techo metabólico que impide sostener un consumo de energía ilimitado, incluso entre quienes entrenan al más alto nivel.
Durante décadas se ha especulado con la idea de que el organismo podría “adaptarse” indefinidamente a demandas extremas si se lo entrena lo suficiente. Pero una nueva investigación, publicada en la revista Current Biology y elaborada por científicos de Duke University y el Massachusetts College of Liberal Arts, muestra que ese margen, lejos de ser infinito, tiene un tope estructural. La cuestión de fondo no es solo cuánta energía puede consumir un atleta en un día de competición, sino cuánto tiempo es capaz de mantener ese ritmo sin que el cuerpo cambie de estrategia metabólica y empiece a reducir el gasto para sobrevivir.
Los investigadores analizaron el desempeño de catorce atletas de élite —todos especializados en pruebas de resistencia extrema— y midieron su gasto energético real en carreras, entrenamientos prolongados y temporadas completas. A partir de sus registros, trazaron un patrón que permitió comparar lo que ocurre en actividades puntuales de altísima intensidad con lo que sucede cuando ese esfuerzo se extiende durante semanas o meses. La diferencia es abismal y demuestra una ley fisiológica que, hasta ahora, se intuía pero no se había cuantificado con tanta claridad.
Un límite biológico que no se puede esquivar
El hallazgo central del estudio es que el ser humano posee un metabolismo máximo sostenible en el tiempo. En actividades muy cortas —del orden de un día— el organismo puede elevar el gasto hasta diez veces su tasa metabólica basal (el consumo de energía que tendría el cuerpo en reposo). Sin embargo, a medida que la duración se prolonga, ese pico cae de manera previsible.
En esfuerzos que superan las 20 o 25 semanas, el cuerpo converge hacia un máximo sostenible cercano a 2,5 veces la tasa en reposo. Dicho de otro modo: aunque el atleta entrene “como un superhumano”, existe un freno interno. Ese tope no es circunstancial ni psicológico: es fisiológico. Los investigadores lo describen como “un verdadero techo metabólico, fijado por la capacidad del cuerpo para equilibrar gasto y reposición de energía a largo plazo”.
Este patrón se observó de manera consistente en los catorce atletas estudiados. Ninguno logró sostener valores superiores al umbral de 2,5 en periodos de varios meses, lo que sugiere que hay un punto a partir del cual la biología hace que el organismo economice recursos. Según señalan los investigadores, la restricción no proviene solo del músculo o del sistema cardiovascular, sino del aparato digestivo y la absorción de nutrientes: llega un momento en que el cuerpo simplemente no puede procesar más combustible del que gasta.
Una élite deportiva que vive siempre al borde
No se trata de deportistas recreativos ni maratonistas ocasionales. Eran doce hombres y dos mujeres de rendimiento extremo, entre ellos corredores y triatletas de larga distancia habituados a ritmos extremos y calendarios cargados. Para ellos, la intensidad es una constante, no un episodio aislado. Sus cuerpos están adaptados a lo que la mayoría de la población consideraría sobreesfuerzo permanente.
El seguimiento se realizó mediante registros de gasto energético durante carreras oficiales y a través de mediciones indirectas en entrenamientos regularizados. Al mismo tiempo, cada atleta llevó un diario fisiológico detallado a lo largo de un año deportivo completo. Con todos esos datos, los científicos pudieron comparar no solo los picos agudos, sino la curva de descenso que el organismo activa a medida que el desafío se prolonga.
Los resultados fueron incontrovertibles: cuando la dureza del esfuerzo se extiende lo suficiente, aparece un punto de equilibrio. Las cifras máximas alcanzadas en contextos competitivos —como la marca de 7,08 veces la tasa basal en una carrera de 23,5 horas— no pudieron sostenerse más allá de unos días o semanas. El número terminó cayendo, en términos fisiológicos, hacia la frontera de 2,5.
Un esfuerzo que se desploma a largo plazo
Los datos longitudinales confirmaron el ajuste metabólico. El grupo marcó un promedio de 2,43 veces el gasto de reposo después de 30 semanas de temporada y 2,39 tras 52 semanas. Esto equivale a un consumo diario cercano a 4020 – 4080 kilocalorías, bastante más alto que el de la población general, pero muy por debajo de los picos espectaculares medidos en jornadas competitivas.
Hay quienes logran estirarse un poco por encima. Cuatro atletas superaron el valor de 2,5: uno llegó a 2,74 sobre periodos de 30 semanas y mantuvo 2,70 a lo largo de un año deportivo completo. Pero incluso esas “excepciones” se mantuvieron dentro de los márgenes previstos por la estadística del estudio, que admite cierto rango de variación individual.
El punto clave es que, a pesar del entrenamiento extremo y de las adaptaciones fisiológicas propias del alto rendimiento, nadie escapa a la curva descendente cuando la exigencia se vuelve crónica. El organismo parece tener un sistema automático de protección, modulando la energía que se puede gastar sin comprometer funciones vitales a largo plazo. De hecho, los autores comparan esta reconfiguración con un mecanismo evolutivo de supervivencia: el cuerpo prioriza estabilidad antes que la hazaña deportiva.
¿Y los “superhumanos”? Los registros históricos no refutan el límite
En teoría, hay deportistas con hazañas que parecen ir más allá de ese límite. Un ejemplo es el ultramaratonista Pat Farmer, quien en 1999 completó una circunvalación de Australia en 195 días, recorriendo unos 15 000 kilómetros. El cálculo retrospectivo de su gasto energético habría alcanzado casi cuatro veces su tasa basal sostenida. Otro caso es el de Serge Girard, que logró el récord mundial de distancia recorrida en un año, acumulando 27 011 kilómetros; su gasto se estimó en 4,23 veces su tasa de reposo.
Pero el estudio advierte contra una interpretación literal de estas cifras. Los investigadores señalan que se trata de estimaciones basadas en datos parciales que no siempre reflejan ajustes metabólicos progresivos. En estudios previos realizados con mediciones más frecuentes en corredores de ultradistancia se observó un patrón inicial alto seguido por una reducción, lo que significa que, aunque el gasto estimado parezca mayor, podría haberse comprimido en determinados tramos intensivos y no haber sido sostenido de manera homogénea.
Por eso subrayan que estos “casos extremos” no prueban que el techo no exista, sino que reflejan incertidumbres metodológicas cuando no hay mediciones directas día a día sobre períodos tan largos. La ciencia no descarta la excepcionalidad, pero los datos sugieren que el margen de maniobra real es mucho menor de lo que aparentan los récords históricos.
El intestino como freno y la biología como árbitro final
La conclusión fisiológica más importante es que el límite está impuesto por la capacidad de procesamiento calórico: no es la fuerza muscular lo que primero se agota, sino la posibilidad de reponer combustible. El sistema digestivo, el metabolismo y la disponibilidad energética marcan el ritmo, no la voluntad. Según el estudio, “el cuerpo humano puede ampliar su rendimiento, pero solo hasta el punto en que la reposición energética siga el mismo paso”.
De ahí que los científicos hablen de un “plafond” metabólico, un techo duro que bloquea la idea romántica de que disciplina y entrenamiento pueden torcer cualquier frontera biológica. La naturaleza tiene la última palabra y decide cuánta energía es sostenible sin coste sistémico. Aunque una marca excepcional pueda romper récords en cortos períodos, la realidad fisiológica termina imponiéndose cuando la duración se extiende.
Un hallazgo que redefine la noción de resistencia
Este descubrimiento no solo es relevante para la ciencia del deporte, sino para la comprensión más amplia de la fisiología humana. Hasta ahora, muchos modelos teóricos explicaban el desgaste deportivo en términos de fatiga muscular o cardiovascular. Sin embargo, estos resultados desplazan el foco hacia la economía interna del metabolismo y la interacción entre ingesta, absorción, utilización y conservación de recursos.
También plantea preguntas nuevas: ¿es posible “entrenar” la eficiencia metabólica hasta desplazar el techo? ¿O se trata de un límite evolutivo no negociable? Los científicos estiman que, incluso en los casos de los atletas más adaptados del planeta, lo que se observa son fluctuaciones temporales, no saltos definitivos fuera de la frontera del 2,5. A largo plazo, todos convergen a la misma zona fisiológica.
Y aunque pueda sonar decepcionante para quienes admiran la épica deportiva, estos hallazgos confirman algo profundo: la resistencia no se mide solo en términos de kilometraje o potencia, sino en la capacidad del cuerpo para sostener la vida a pesar del esfuerzo. La verdadera proeza no es cruzar la meta agotado, sino hacerlo sin quebrar la maquinaria vital que permite intentarlo.

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