Las olas de calor que azotan cada verano a Europa, Asia y América no son ya fenómenos aislados ni fruto del azar: el cambio climático las ha multiplicado hasta niveles sin precedentes. Según un nuevo estudio, la probabilidad de que se produzcan ha aumentado 200 veces respecto a la era preindustrial, y un reducido grupo de empresas de combustibles fósiles y cemento concentra gran parte de la responsabilidad.
El avance fue descrito en un artículo publicado en la revista Nature, donde un equipo internacional de científicos liderado por la climatóloga Sonia Seneviratne, de la Escuela Politécnica Federal de Zúrich (ETH Zürich), analizó más de 200 olas de calor severas ocurridas en las últimas dos décadas. Los resultados no dejan lugar a dudas: el calentamiento global inducido por el ser humano ha hecho que episodios de calor extremo, como los registrados en Europa en 2003, en Rusia en 2010 o en Canadá en 2021, sean hoy mucho más frecuentes e intensos que en cualquier otro periodo de la historia reciente.
Los investigadores remarcan que lo que antes era una rareza climatológica se ha convertido en una amenaza recurrente que golpea con mayor fuerza cada década. Y lo más relevante del estudio es que se ha logrado establecer un vínculo directo entre esas olas de calor y la actividad de un pequeño grupo de compañías que han sostenido durante décadas el modelo energético basado en los combustibles fósiles.
Un planeta cada vez más expuesto a temperaturas extremas
El análisis de 213 episodios catalogados como “graves” por gobiernos y medios de comunicación muestra cómo la incidencia de olas de calor se disparó en apenas dos generaciones. Entre 2000 y 2009, la probabilidad de que ocurrieran ya era veinte veces mayor que en la segunda mitad del siglo XIX. Sin embargo, el salto más dramático se produjo en la década siguiente: entre 2010 y 2019 la probabilidad creció hasta ser 200 veces superior.
“Cada ola de calor que hemos estudiado ha sido más probable e intensa debido al cambio climático”, explica el investigador Yann Quilcaille, coautor del estudio. Y advierte que la tendencia no se ha frenado en los últimos años: desde 2020 las condiciones se han deteriorado aún más, con temperaturas récord en múltiples regiones y olas de calor que alcanzan ya los círculos polares.
Un aspecto llamativo de la investigación es la falta de datos en regiones como África y Sudamérica. Allí las olas de calor son igualmente frecuentes y devastadoras, pero la ausencia de registros fiables impide cuantificar con precisión el impacto. Para los autores, esto representa una laguna grave que invisibiliza a comunidades altamente vulnerables que ya sufren las consecuencias más extremas de la crisis climática.
La huella de los grandes emisores
El elemento innovador del estudio es que, por primera vez, se ha vinculado directamente la actividad de grandes productores de combustibles fósiles y cemento con la intensidad de fenómenos meteorológicos extremos. Estas compañías, conocidas como carbon majors, son responsables de alrededor del 60 % de todas las emisiones de dióxido de carbono desde 1850.
Mediante modelos climáticos avanzados, los investigadores simularon escenarios en los que se eliminaban las emisiones de cada empresa de manera individual. Así pudieron calcular cuánto había contribuido cada una a la subida global de la temperatura y, en consecuencia, al agravamiento de las olas de calor. Los resultados son contundentes: catorce de las corporaciones más grandes, entre ellas Saudi Aramco, Gazprom y ExxonMobil, generaron juntas un impacto comparable al del resto de las 166 empresas analizadas en conjunto.
Quilcaille resume el hallazgo con un dato revelador: “Aproximadamente la mitad del cambio en la temperatura media de la superficie terrestre en 2023 puede atribuirse a la actividad de esas grandes compañías”. Incluso las más pequeñas, como la rusa Elgaugol, tuvieron un papel significativo: sus emisiones bastaron para agravar al menos dieciséis olas de calor que, sin el cambio climático, habrían sido prácticamente imposibles.
La responsabilidad más allá del consumo individual
La investigación abre un debate de fondo: ¿por qué señalar a las empresas cuando, en última instancia, son las sociedades quienes consumen la energía, los combustibles o los productos derivados? Quilcaille responde con claridad. “Estudios anteriores se centraron en países o en la responsabilidad de los consumidores. Nosotros quisimos mostrar de manera explícita el papel de los grandes emisores. Estas empresas sabían desde los años ochenta que la quema de combustibles fósiles generaba calentamiento, pero no solo ignoraron esas advertencias, también promovieron campañas de desinformación y ejercieron presión política para retrasar la transición energética”.
Esto significa que, aunque todos los ciudadanos contribuyen al calentamiento global, las carbon majors tienen un grado adicional de responsabilidad. Sus decisiones estratégicas no solo prolongaron la dependencia del petróleo, gas y carbón, sino que también generaron daños colosales en vidas humanas, infraestructuras y economías enteras.
El retraso de la transición energética, subrayan los autores, no fue un accidente histórico sino una elección deliberada. De no haberse ejercido esa presión corporativa, el desarrollo de energías limpias habría sido más temprano y las olas de calor de hoy probablemente menos frecuentes y letales.
Impacto humano y económico
Las olas de calor no son únicamente cifras en un modelo climático. Cada episodio se traduce en miles de muertes, millones de personas expuestas a enfermedades respiratorias y cardiovasculares, pérdidas agrícolas y apagones energéticos. En 2022, por ejemplo, Europa registró más de 60 000 muertes asociadas al calor extremo. En países como España, Italia o Grecia, las cosechas de olivos, trigo y uvas se desplomaron por la sequía y el exceso de calor, provocando una cadena de impactos en el precio de los alimentos a nivel mundial.
Los incendios forestales, que encuentran en las olas de calor un aliado perfecto, arrasaron superficies equivalentes a comunidades enteras. En Canadá, los megaincendios de 2023 consumieron más de 18 millones de hectáreas, el doble de la superficie de Portugal, con consecuencias catastróficas para la biodiversidad y la calidad del aire en toda Norteamérica.
Los investigadores advierten que estas pérdidas no solo deben contabilizarse en cifras económicas o de vidas humanas, sino también en términos de resiliencia social. Cada ola de calor empuja a miles de personas a abandonar sus hogares, acelera la migración climática y tensiona aún más los sistemas sanitarios y de protección civil.
Posibles consecuencias legales y políticas
Uno de los puntos más relevantes del estudio es que proporciona una base científica sólida para abrir procesos judiciales contra los grandes emisores. El principio de “quien contamina paga” podría extenderse en el futuro a fenómenos extremos como las olas de calor, de modo que países o regiones gravemente afectados pudieran reclamar indemnizaciones a las compañías responsables.
Algunos precedentes ya existen. En los Países Bajos, tribunales han obligado a empresas energéticas a reducir drásticamente sus emisiones. En Estados Unidos, varias ciudades y estados han interpuesto demandas contra petroleras por los costes derivados de huracanes, incendios y aumento del nivel del mar. El nuevo estudio añade munición científica para que estos litigios puedan prosperar, demostrando con datos la relación causal entre emisiones corporativas y fenómenos extremos.
Quilcaille reconoce que aún queda mucho camino por recorrer, pero insiste en que se ha dado un paso decisivo. “Ahora sabemos que se puede establecer un vínculo directo entre empresas y olas de calor. La próxima meta es aplicar la misma metodología para otros fenómenos extremos, como lluvias torrenciales, sequías y grandes incendios forestales”.
Un nuevo marco de conocimiento
Este trabajo representa un punto de inflexión en la investigación climática. Hasta ahora, los estudios sobre eventos extremos tendían a analizarlos de forma aislada, atribuyendo el cambio de probabilidades al aumento global de gases de efecto invernadero sin señalar a actores concretos. Lo innovador es que se ha traducido ese conocimiento en cifras atribuidas a compañías específicas.
De esta manera, se abre la puerta a políticas climáticas mucho más focalizadas. No se trata únicamente de reducir emisiones a escala nacional o de incentivar cambios de comportamiento individual, sino de exigir responsabilidades directas a quienes, con pleno conocimiento de causa, impulsaron un modelo económico basado en combustibles fósiles.
Para los investigadores, el valor del estudio no radica solo en los datos, sino en su utilidad práctica. Gobiernos, organismos internacionales y cortes judiciales cuentan ahora con una herramienta objetiva para responder a la pregunta más difícil: ¿quién paga la factura del calentamiento global?
Mirando hacia el futuro
Si no se acelera la transición energética, las próximas décadas podrían estar marcadas por olas de calor aún más destructivas. La Organización Meteorológica Mundial ya anticipa que, de aquí a 2030, se podrían registrar temperaturas superiores a los 50 grados en zonas donde hoy viven millones de personas. Para muchas comunidades rurales, eso significará el abandono de sus tierras; para las ciudades, la adaptación a infraestructuras que resistan condiciones extremas; y para los sistemas de salud, una presión constante ante nuevas emergencias.
Los investigadores señalan que aún estamos a tiempo de limitar el impacto, pero el margen de maniobra es cada vez más estrecho. Cada año de retraso en la reducción de emisiones significa nuevas olas de calor, nuevas víctimas y más territorios en riesgo.
El estudio, al vincular directamente a las empresas con el agravamiento del fenómeno, no solo aporta claridad científica, sino también una hoja de ruta para la acción política y social. Responsabilizar a los grandes emisores puede convertirse en un paso clave para frenar una crisis que ya no se mide en escenarios futuros, sino en vidas humanas y ecosistemas destruidos en tiempo real.
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