Las hormigas han demostrado una vez más que, cuando se trata de trabajo en equipo, pueden superar con creces la eficiencia de los humanos. Un nuevo estudio ha revelado que, a diferencia de nosotros, las hormigas tejedoras no se ven afectadas por el llamado efecto Ringelmann —el fenómeno por el cual los individuos tienden a esforzarse menos cuando forman parte de un grupo—, sino que logran lo contrario: cuanto mayor es el número de participantes, mayor es la fuerza colectiva y la eficacia de la tarea.
El avance fue descrito en un estudio publicado en la revista Current Biology, donde los investigadores de la Universidad Macquarie, en Australia, analizaron el comportamiento de la especie Oecophylla smaragdina, conocida como hormiga tejedora u hormigas verde. Este insecto, muy común en Asia y Oceanía, es famoso por construir nidos colgantes a partir de hojas unidas con seda larval, un proceso que exige coordinación extrema y trabajo colectivo en cadenas vivientes.
Antes de presentar sus resultados, el equipo dirigido por Madelyne Stewardson recordó que en muchas especies sociales, incluidos los seres humanos, la cooperación en grupos grandes suele volverse menos eficiente. El efecto Ringelmann, identificado por primera vez en tareas humanas como el tirar de una cuerda en equipo, muestra que el rendimiento individual disminuye cuando la responsabilidad se diluye entre muchos. Sin embargo, en las hormigas tejedoras ocurre lo opuesto: a medida que aumenta el número de integrantes, la fuerza del grupo no solo se mantiene, sino que cada individuo llega a duplicar su esfuerzo.
Hormigas que desafían las reglas de la cooperación
Las hormigas tejedoras se caracterizan por su asombrosa organización social y su capacidad de construir nidos suspendidos que pueden albergar a miles de individuos. Para lograrlo, forman cadenas vivas en las que unas sujetan hojas mientras otras las doblan y las cosen con hilos producidos por sus larvas. Este método de construcción, que requiere coordinación casi perfecta, ya había sido observado como un ejemplo notable de cooperación animal.
Pero el equipo de la Universidad Macquarie quiso ir más allá y poner a prueba si este comportamiento también se reflejaba en situaciones controladas. Para ello, diseñaron un experimento con hojas artificiales sujetas a dinamómetros, lo que permitió medir con precisión la fuerza ejercida por las cadenas de hormigas. Los resultados fueron sorprendentes: en lugar de reducir su esfuerzo, como predice el efecto Ringelmann, las hormigas intensificaban su participación a medida que el grupo crecía.
En palabras de Stewardson, “las mirmecinas distribuyen sus funciones en dos roles complementarios: algunas hormigas se dedican a tirar activamente, mientras que otras actúan como anclajes que almacenan tensión y estabilizan la cadena”. Esta combinación permite que las cadenas no solo sumen fuerzas, sino que multipliquen su eficacia.
El descubrimiento de la “carraca de fuerza”
De esta observación surgió un nuevo concepto bautizado por los investigadores como “carraca de fuerza” o force ratchet. La metáfora alude a una herramienta mecánica que solo permite el movimiento en una dirección y acumula energía en cada giro. Algo similar ocurre con las cadenas de hormigas: las que actúan como anclas absorben y mantienen parte de la energía ejercida por las que tiran al frente, de modo que la fuerza no se disipa, sino que se acumula de manera eficiente.
El coautor del estudio, David Labonte, lo explicó con claridad: “Las largas cadenas almacenan la fuerza de las hormigas individuales mediante fricción, de manera que, en conjunto, el grupo funciona como una especie de carraca biológica”. Este mecanismo hace que el rendimiento individual no disminuya, sino que mejore cuando se trabaja en grandes colectivos.
El hallazgo es tan notable porque contradice un principio que parecía universal en biología y psicología social. Mientras que en humanos y otros animales cooperativos la eficiencia suele caer en grupos numerosos, las hormigas verdes han encontrado una manera de convertir el tamaño en ventaja. Según los datos obtenidos, cada hormiga prácticamente duplicaba su fuerza de tracción en equipos más grandes, lo que refuerza la idea de un “efecto Ringelmann invertido” en esta especie.
Implicaciones para la biología y la robótica
La investigación no solo aporta nuevas perspectivas sobre la cooperación animal, sino que también abre la puerta a aplicaciones tecnológicas. Los autores señalan que la “carraca de fuerza” podría inspirar el diseño de robots capaces de trabajar en cadenas o enjambres de manera mucho más eficiente.
Actualmente, los robots que colaboran en tareas físicas tienden a sumar fuerzas de manera limitada: la potencia colectiva apenas supera a la de un individuo trabajando en solitario. Pero si se adoptaran principios similares a los observados en las hormigas, se podrían desarrollar sistemas robóticos que se vuelvan más efectivos a medida que aumenta el número de unidades. Stewardson subrayó que “este mecanismo natural ofrece un modelo para lograr que equipos de robots no solo sumen, sino que multipliquen sus capacidades colectivas”.
En un futuro cercano, esta línea de investigación podría aplicarse en áreas como la construcción, la exploración espacial o las operaciones de rescate, donde robots autónomos tendrían que coordinarse para mover objetos pesados, ensamblar estructuras o realizar maniobras conjuntas en entornos extremos.
Una lección evolutiva sobre la cooperación
El caso de las hormigas verde revela cómo la evolución puede dar lugar a soluciones inesperadas para los desafíos de la vida en comunidad. Mientras los humanos seguimos enfrentándonos a problemas de coordinación en grupos grandes —desde equipos de trabajo hasta sociedades enteras—, estos insectos nos muestran que es posible convertir la cooperación masiva en un recurso aún más eficiente que la acción individual.
El hallazgo también invita a reflexionar sobre los límites de nuestra propia organización social. Aunque solemos considerarnos los mejores colaboradores del reino animal, la naturaleza ofrece múltiples ejemplos de especies que superan nuestras capacidades en ciertos aspectos. En palabras de Stewardson, “las hormigas no solo logran trabajar juntas, sino que cada una se vuelve más eficiente cuando el grupo crece. Es un recordatorio de que la cooperación puede adquirir formas muy distintas en el mundo natural”.
Más allá de las hormigas: un campo de estudio en expansión
La cooperación animal es un área de investigación en pleno auge. Orcas que cazan en equipo, chimpancés que coordinan ataques o abejas que construyen panales perfectos son algunos de los ejemplos más estudiados. Sin embargo, lo que distingue a las hormigas verde es la manera en que transforman la dinámica del grupo en un recurso multiplicador de energía.
El estudio publicado en Current Biology no solo confirma un fenómeno único, sino que también plantea nuevas preguntas: ¿es esta estrategia exclusiva de Oecophylla smaragdina o existen otros insectos sociales capaces de desafiar el efecto Ringelmann? ¿Qué mecanismos neurobiológicos permiten a las hormigas coordinar sus roles de manera tan precisa? Y, sobre todo, ¿pueden estos principios extrapolarse a sistemas diseñados por el ser humano?
Por ahora, lo que queda claro es que las hormigas tejedoras han conseguido lo que muchos grupos humanos aún no logran: que la unión haga no solo la fuerza, sino que la multiplique.
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