Inicio
Dinosaurios
Fósiles
Paleontología
Pterosaurios
Hallan en EE. UU. el pterosaurio más antiguo de América del Norte, con 209 millones de años
viernes, julio 11, 2025

Hallan en EE. UU. el pterosaurio más antiguo de América del Norte, con 209 millones de años

Ilustración de Eotephradactylus mcintireae, el pterosaurio más antiguo de América del Norte, posado sobre un paisaje del Triásico tardío en Arizona.

En un rincón remoto del Parque Nacional del Bosque Petrificado, en Arizona, un equipo de paleontólogos ha desenterrado el fósil del pterosaurio más antiguo jamás hallado en América del Norte, datado en unos 209 millones de años. El hallazgo, que incluye además más de 1200 restos fósiles de otros animales, ofrece una ventana única a un ecosistema que existió justo antes de una de las mayores extinciones masivas de la historia del planeta.

La pieza central de esta notable colección paleontológica es una mandíbula fósil del tamaño de una gaviota, perteneciente a un pequeño pterosaurio bautizado como Eotephradactylus mcintireae. Este nuevo género y especie de reptiles voladores es el representante más antiguo conocido del grupo en el hemisferio norte. La importancia del descubrimiento va mucho más allá de su antigüedad: ofrece una visión excepcional de una fauna que coexistió en los albores de una revolución evolutiva, en los días previos a la dominación de los dinosaurios.

El hallazgo ha sido publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS), en un estudio liderado por Ben Kligman, paleontólogo del Museo Nacional de Historia Natural del Smithsonian. “Esta zona es una cápsula del tiempo”, aseguró. “Estamos viendo un ecosistema en transición, justo en la cúspide del colapso de muchas especies y la irrupción de nuevas formas de vida que luego dominarían el planeta”.

Un ecosistema atrapado en el tiempo

La mandíbula de Eotephradactylus mcintireae fue descubierta en la formación geológica conocida como Owl Rock Member, una capa rica en ceniza volcánica, lo que ha permitido datar con precisión los fósiles en unos 209 millones de años, correspondientes al periodo Triásico tardío. El yacimiento se encuentra en una región escarpada y hasta hace poco inexplorada del Parque Nacional del Bosque Petrificado.

Los investigadores comenzaron sus expediciones en 2011, con la esperanza de hallar restos de mamíferos primitivos. Sin embargo, lo que encontraron fue mucho más amplio: un lecho óseo fósil excepcionalmente bien conservado, aparentemente formado por una repentina inundación que arrastró sedimentos y ceniza volcánica, sepultando organismos de forma rápida y eficiente.

Entre los más de 1200 fósiles recuperados, los científicos identificaron restos de peces de agua dulce, cocodrilos primitivos, anfibios de seis patas, dientes aislados, escamas, vértebras y coprolitos (excrementos fosilizados). El conjunto incluye también una tortuga diminuta con un caparazón espinoso, una de las más antiguas conocidas, que sorprendentemente se habría dispersado por todo el antiguo supercontinente Pangea. “Es desconcertante pensar que un animal tan pequeño y lento haya podido colonizar un continente entero en tan poco tiempo”, señaló Kligman.

El papel clave de los fósiles pequeños

Una de las particularidades del hallazgo es la gran cantidad de fósiles de pequeño tamaño. Para poder estudiarlos adecuadamente, el equipo extrajo bloques de sedimento completos y los trasladó al FossiLab, el laboratorio de preparación de fósiles del Smithsonian. Allí, bajo la mirada atenta de visitantes curiosos, voluntarios trabajaron con extrema paciencia para liberar los huesos atrapados en la roca.

Fue precisamente en este laboratorio donde Suzanne McIntire, voluntaria y preparadora de fósiles, descubrió la mandíbula de Eotephradactylus. “Lo supe de inmediato”, relató. “Las piezas dentales aún estaban encajadas en el hueso, lo que facilitó su identificación”. En honor a su hallazgo, el nuevo pterosaurio lleva su apellido.

Las características dentales del animal sugieren que se alimentaba de peces, posiblemente especies acorazadas que habitaban los sistemas fluviales del Triásico. La estructura del hueso y la forma de las coronas dentales también ayudaron a los paleontólogos a situar esta especie dentro del árbol evolutivo de los pterosaurios, justo en el momento en que comenzaban a diversificarse.

Un fósil entre la ceniza y el amanecer

El nombre científico Eotephradactylus mcintireae tiene un significado poético: “ala del amanecer y la ceniza”. La denominación hace referencia tanto a la antigüedad del animal —una de las primeras alas verdaderamente funcionales en la evolución de los vertebrados— como al contexto geológico donde fue hallado, rico en cenizas volcánicas. Asimismo, rinde homenaje a la labor silenciosa pero esencial de los preparadores de fósiles, quienes suelen pasar años trabajando sobre fragmentos aparentemente insignificantes.

“Lo más emocionante de la paleontología es que, cuando menos lo esperas, te topas con algo que nunca imaginaste”, dijo Kligman. “Vas buscando ciertos restos, y terminas descubriendo piezas que reescriben nuestra comprensión de la historia de la vida”.

Este nuevo pterosaurio representa un hito en la paleontología de América del Norte. Hasta ahora, los fósiles más antiguos del grupo en esta región databan del Jurásico temprano, unos 20 millones de años más jóvenes que Eotephradactylus. Este hallazgo extiende hacia atrás el registro de los pterosaurios en este continente y sugiere que estos animales tuvieron una distribución más amplia y temprana de lo que se creía.

Un Triásico en extinción

La era en que vivió Eotephradactylus estuvo marcada por un profundo cambio climático y geológico. A finales del Triásico, hace unos 201 millones de años, una serie de erupciones volcánicas masivas vinculadas a la fragmentación de Pangea desencadenaron una extinción masiva que acabó con alrededor del 75% de las especies del planeta. Esta catástrofe global abrió el camino a la expansión de los dinosaurios y, más tarde, de los mamíferos.

Por ello, cada fósil hallado en las capas anteriores a ese evento tiene un valor extraordinario: documentan un mundo a punto de desaparecer. En el caso del yacimiento de Owl Rock, se trata de uno de los pocos lugares donde es posible observar con tal nitidez la convivencia entre formas de vida primitivas y las nuevas especies que surgirían con fuerza tras la crisis ecológica.

“Estamos ante una radiografía de la evolución en un momento de transición”, explicó Kligman. “Es como capturar una instantánea del pasado justo antes de que cambie el escenario por completo”.

Implicancias globales

Además del valor científico del hallazgo, el descubrimiento de Eotephradactylus mcintireae tiene implicaciones para la comprensión de cómo y cuándo los vertebrados voladores colonizaron diferentes regiones del planeta. Hasta ahora, se pensaba que los pterosaurios se originaron y diversificaron principalmente en Europa y China, donde se han encontrado la mayoría de los ejemplares más antiguos.

El hallazgo en Arizona plantea la posibilidad de que estos animales ya estaban ampliamente distribuidos en los continentes del norte desde fechas muy tempranas. También sugiere que sus ecosistemas eran más complejos y diversos de lo que se creía para el Triásico tardío.

“Este es un recordatorio de que aún queda mucho por descubrir, incluso en lugares que creemos conocer bien”, concluyó Kligman. “Cada nueva excavación tiene el potencial de cambiar nuestras hipótesis más fundamentales sobre la evolución”.

Una historia que recién comienza

Aunque el fósil de Eotephradactylus es fragmentario —solo se ha recuperado una parte de su mandíbula—, su descubrimiento es el inicio de una serie de investigaciones más profundas en la región. El equipo del Smithsonian y sus colaboradores planean seguir explorando el lecho fósil con la esperanza de encontrar más restos del mismo animal o incluso nuevas especies.

Además, los investigadores esperan que el hallazgo anime a revisar otras colecciones de fósiles ya extraídos, pero aún no completamente analizados. Como demostró el caso de McIntire, a veces los descubrimientos más grandes se encuentran en los detalles más pequeños.

“Hay miles de fósiles esperando en los estantes de museos, y cada uno puede esconder una historia sin contar”, dijo Kligman. “Solo necesitamos ojos atentos y algo de suerte para encontrarlas”.

Fuente: B.T. Kligman,R.L. Whatley,J. Ramezani,A.D. Marsh,T.R. Lyson,A.J. Fitch,W.G. Parker,& A.K. Behrensmeyer, Unusual bone bed reveals a vertebrate community with pterosaurs and turtles in equatorial Pangaea before the end-Triassic extinction, Proc. Natl. Acad. Sci. U.S.A. 122 (29) e2505513122, https://doi.org/10.1073/pnas.2505513122 (2025).

Sin comentarios