Medicamentos caros: farmacéuticas invierten más en marketing que en investigación

Farmacéuticas invierten poco en desarrollo y buscan lucro

Las farmacéuticas gastan más dinero en marketing, ventas, compra de acciones propias y administración que en investigación y desarrollo. Los medicamentos podrían ser mucho más baratos.

El investigador Aris Angelis, junto con sus colegas, señala en un nuevo estudio, que entre 1999 y 2018, las 15 mayores compañías biofarmacéuticas hicieron poco para desarrollar nuevos medicamentos que realmente mejoren a los pacientes en comparación con los medicamentos que ya están en el mercado. 

En otras palabras, la mayoría de los nuevos fármacos tienen poco o ningún beneficio para la salud en comparación con los tratamientos existentes. Principalmente, engrosan las arcas de los propios fabricantes de pastillas y de sus accionistas.

No una atención óptima, sino un beneficio óptimo

Este problema es in extremis en Estados Unidos, donde se realizó este estudio, pero también en el resto del mundo, donde el gasto público de los seguros de enfermedad son innecesariamente elevados, con algunas excepciones, como Nueva Zelanda, donde el gobierno ha establecido un inteligente sistema alternativo. Las empresas farmacéuticas simplemente dan prioridad a la optimización de los beneficios, en lugar de ofrecer una asistencia óptima al mejor precio.

En declaraciones, Angelis pone el dedo en la llaga y explica lo que cree que hay que hacer para “ofrecer más medicamentos innovadores a precios asequibles”. Pide a los gobiernos que intervengan y garanticen que la mayor parte del gasto farmacéutico se destina a investigación y desarrollo, de modo que se puedan desarrollar mejores medicamentos y, al mismo tiempo, hacer más asequible la asistencia.

Nueva patente, nuevo precio: se requiere mejor control

Entre 2008 y 2021, el precio medio neto de un medicamento de venta con receta de nueva comercialización aumentó de forma desorbitada en Estados Unidos. En 13 años, el precio pasó de 1400 dólares al año a una media de 150 000 dólares. Incluso los medicamentos más antiguos y comunes se han disparado gracias a una estratagema conocida como “evergreening”, que consiste en prorrogar patentes casi caducadas mediante el cambio de marca y todo tipo de artimañas legales y tecnológicas. 

Las farmacéuticas, para alegría de los accionistas, modifican un poco medicamentos antiguos que funcionan bien, solicitan una nueva patente y cobran el precio más alto, mientras eliminan gradualmente el producto antiguo, explica Angelis.

“Las agencias gubernamentales que deciden si los nuevos medicamentos pueden entrar en el mercado solo comprueban su eficacia y seguridad. Es decir, si el medicamento cumple lo que promete y si su uso es seguro. El organismo de control de medicamentos no tiene en cuenta el valor clínico añadido en comparación con los tratamientos existentes. En nuestro estudio sugerimos, entre otras cosas, que las agencias gubernamentales aumenten la carga de la prueba para la autorización de comercialización, exigiendo a las empresas que puedan demostrar el valor terapéutico añadido. También recomendamos reformar el sistema de pagos para recompensar a las empresas que desarrollen medicamentos que ofrezcan un beneficio clínico añadido”, explica Angelis.

Un doble pago

A nivel mundial, las 15 mayores empresas farmacéuticas tienen unos ingresos de 7,7 billones de dólares, de los cuales solo gastaron 1,4 billones en investigación y desarrollo. La mayoría de estas empresas gastaron más en recomprar sus propias acciones (buybacks). En algunos casos, la sociedad incluso paga dos veces por un nuevo medicamento. Primero en forma de investigación subvencionada por el gobierno y luego desembolsando demasiado dinero por los medicamentos caros.

Un sistema más justo

También hay países que han establecido un sistema más justo a pesar de las presiones del poderoso lobby farmacéutica. “En un país, el sistema sanitario, incluidas las políticas farmacéuticas, está mucho mejor regulado que en otro. Esto da lugar a grandes diferencias en los costes sanitarios para los pacientes. En el sistema neozelandés, por ejemplo, hay concursos públicos, lo que hace bajar los precios de los medicamentos. En situaciones en las que la patente de la molécula original ha caducado y, por tanto, también la del medicamento genérico, los competidores más baratos que han fabricado un medicamento similar también pueden ganar la licitación. Como ventaja añadida, Nueva Zelanda también tiene así muchos menos problemas de escasez de medicamentos. Así, el país dispone de medicamentos baratos y seguros con menos riesgo de escasez”, afirma Angelis.

El investigador explica cómo se tuercen las cosas. “Los gobiernos y las ONG financian la investigación médica básica, por ejemplo, para entender mejor cómo surge y progresa una enfermedad. También animan a las empresas a invertir en el desarrollo de fármacos. Una vez que estos costosos productos están en el mercado, los gobiernos vuelven a pagar mucho dinero por los productos finales”.

La insulina cara

El problema es especialmente grave en Estados Unidos. “En Estados Unidos rige un sistema de libre mercado sin restricciones de precios. Por tanto, allí pueden existir excesos como los elevados costes mensuales de los diabéticos dependientes de la insulina sintética. No ocurre lo mismo en la mayoría de los países de la UE. Allí, el coste de la insulina es solo una fracción del precio en Estados Unidos, donde las continuas ampliaciones de patentes mantienen fuera del mercado la versión genérica y barata de la insulina”, afirma el investigador.

El Gobierno debe intervenir

“Teniendo en cuenta la cantidad que se gasta en cosas que no tienen nada que ver con la investigación o el desarrollo de nuevos medicamentos, y dado que la mayoría de los nuevos fármacos añaden poco o ningún valor terapéutico. Está claro que la industria farmacéutica podría teóricamente generar muchas más innovaciones médicamente valiosas a partir de los recursos existentes”, escribe el equipo en el estudio. “Sin embargo, es improbable que esto ocurra sin la intervención y regulación gubernamental de la forma en que los nuevos medicamentos entran en el mercado”.

Así que solo hay una solución: los gobiernos deben intervenir para atajar este sistema perverso que está encareciendo enormemente nuestra sanidad, sobre todo a medida que la población envejece y los costes sanitarios aumentan vertiginosamente.

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