Un estudio internacional basado en más de 28 millones de días de datos reales muestra que mejorar la calidad del sueño tiene más impacto en la actividad física diaria que intentar forzar más ejercicio. La mayoría de las personas no logra cumplir simultáneamente las recomendaciones oficiales de descanso y movimiento.
Dormir bien y moverse más suele presentarse como un dúo inseparable en las guías de salud pública. Sin embargo, en la práctica cotidiana ese equilibrio es mucho más difícil de alcanzar de lo que sugieren los manuales. Nuevos datos científicos indican que, lejos de tener un peso equivalente, el sueño podría ser el verdadero motor que determina cuánta actividad física somos capaces de realizar al día siguiente.
La investigación, publicada en la revista Communications Medicine, analiza de forma masiva y detallada cómo se relacionan el descanso nocturno y el movimiento diario en condiciones reales de vida. Sus conclusiones apuntan a una idea clara: antes de exigirnos más pasos o más horas de ejercicio, conviene mirar con atención cómo y cuánto estamos durmiendo.
Millones de días para observar la vida real
El trabajo fue liderado por investigadores de Flinders University, en Australia, en colaboración con instituciones internacionales especializadas en medicina del sueño y salud poblacional. A diferencia de estudios previos basados en cuestionarios o seguimientos cortos, este análisis se apoyó en datos objetivos recogidos durante largos periodos de tiempo mediante dispositivos inteligentes.
En total, el equipo examinó más de 28 millones de días de información procedentes de más de 70 000 personas adultas. Todas ellas utilizaron dispositivos capaces de registrar automáticamente la duración y calidad del sueño durante la noche, así como el número de pasos dados a lo largo del día. Esta enorme base de datos permitió observar patrones estables y reducir la influencia de comportamientos puntuales o excepcionales.
Al cruzar ambas variables, los científicos pudieron evaluar hasta qué punto dormir más o mejor se asocia con un aumento posterior de la actividad física, y si también ocurre lo contrario. El enfoque longitudinal del estudio permitió, además, analizar la dirección del efecto, una cuestión clave que hasta ahora había ofrecido resultados contradictorios.
Directrices saludables que casi nadie cumple
Uno de los hallazgos más llamativos del análisis es la enorme distancia entre las recomendaciones oficiales y la realidad cotidiana. Las guías más extendidas sugieren dormir entre siete y nueve horas por noche y caminar al menos 8 000 pasos diarios para mantener una buena salud general. Sin embargo, los datos muestran que cumplir ambas metas a la vez es excepcional.
Menos del 13 % de los participantes logró alcanzar de manera habitual esas dos recomendaciones simultáneamente. Es decir, casi nueve de cada diez personas fallan en uno o en ambos objetivos la mayor parte del tiempo. Aún más preocupante es que cerca del 17 % se situó en lo que los autores definen como un perfil de riesgo: dormir menos de siete horas y caminar menos de 5000 pasos al día.
Esta combinación, señalan los investigadores en Communications Medicine, se ha relacionado en estudios previos con un mayor riesgo de enfermedades cardiovasculares, aumento de peso, alteraciones metabólicas y problemas de salud mental. El nuevo trabajo no solo confirma la frecuencia de este patrón, sino que pone de relieve lo difícil que resulta evitarlo en la vida diaria.
El sueño marca el ritmo del día siguiente
Más allá de constatar el incumplimiento generalizado de las recomendaciones, el estudio se centró en un aspecto menos explorado: la dirección de la relación entre sueño y actividad física. ¿Dormimos mejor porque nos movemos más o nos movemos más porque dormimos mejor?
Los resultados se inclinan claramente hacia la segunda opción. Según explica el investigador principal, Josh Fitton, doctorando en Flinders University, la calidad del sueño tiene un efecto notable sobre la cantidad de movimiento del día siguiente. “Hemos descubierto que una buena noche de sueño, especialmente cuando es de alta calidad, te prepara para tener un día más activo”, afirma.
Los participantes que durmieron bien, con menos interrupciones y mayor continuidad del descanso, registraron un número significativamente mayor de pasos al día siguiente. En cambio, el efecto inverso fue mucho más débil. Aumentar la actividad física durante el día apenas se tradujo en mejoras claras del sueño la noche posterior.
“Moverse más no garantizó dormir mejor”, resume Fitton. “En cambio, dormir bien si aumentó de forma consistente la probabilidad de moverse más al día siguiente”. Esta asimetría sugiere que el sueño actúa como un factor facilitador, mientras que el ejercicio por sí solo no siempre logra compensar un descanso deficiente.
Ni solo horas, ni solo esfuerzo
Otro de los aspectos analizados en detalle fue la diferencia entre la cantidad y la calidad del sueño. Los datos revelaron un patrón interesante: el mayor número promedio de pasos no se dio tras las noches más largas, sino después de aquellas de duración intermedia, en torno a seis o siete horas.
Este resultado podría interpretarse erróneamente como una invitación a dormir menos, pero los autores son cautelosos. Explican que la duración óptima no puede separarse de la calidad del descanso. Las personas que dormían menos horas pero de forma más continua y profunda tendían a estar más activas que aquellas que, pese a pasar más tiempo en la cama, sufrían despertares frecuentes o sueño fragmentado.
Fitton subraya este matiz al señalar que “no se trata solo de contar horas, sino de cómo se duerme”. El análisis mostró que los participantes con menos tiempo de vigilia nocturna y mayor eficiencia del sueño eran, en promedio, más activos físicamente. En otras palabras, un sueño reparador parece ofrecer más beneficios funcionales que un descanso largo pero irregular.
Repensar las recomendaciones oficiales
A la luz de estos resultados, los investigadores plantean dudas sobre la viabilidad de las recomendaciones actuales cuando se aplican de forma conjunta. En teoría, dormir bien y caminar lo suficiente son objetivos razonables. En la práctica, la mayoría de las personas encuentra grandes dificultades para cumplir ambos de manera sostenida.
“El hecho de que tan pocos participantes alcancen las metas recomendadas nos obliga a preguntarnos si estas pautas reflejan realmente la vida cotidiana”, señala Fitton en el comunicado difundido a través de EurekAlert!. Desde su punto de vista, las políticas de salud podrían beneficiarse de un enfoque más integrado, que considere cómo el sueño y la actividad física se influyen mutuamente.
El estudio no propone abandonar las recomendaciones vigentes, pero sí sugiere ajustar los mensajes. Priorizar el sueño, especialmente en personas con agendas saturadas, podría ser una forma más realista de promover un aumento posterior de la actividad física, en lugar de exigir simultáneamente cambios drásticos en ambos frentes.
Empezar por el dormitorio
Danny Eckert, profesor y miembro del equipo investigador, coincide en que la estrategia más efectiva para muchas personas podría no estar en añadir más ejercicio, sino en proteger mejor el descanso nocturno. “Dar prioridad al sueño puede ser la manera más eficaz de aumentar la energía, la motivación y la capacidad de moverse durante el día”, explica.
Desde esta perspectiva, pequeños cambios en los hábitos nocturnos pueden tener un impacto acumulativo. Reducir el uso de pantallas antes de acostarse, mantener una hora regular para ir a la cama y cuidar el entorno del dormitorio son intervenciones sencillas que no requieren equipamiento ni inversión económica significativa.
Eckert insiste en que el sueño no debe verse como tiempo perdido. “El sueño no es un botón de apagado que pulsamos cada noche”, afirma. “Es un proceso activo que podemos utilizar para vivir de forma más saludable y más activa”. Esta visión refuerza la idea de que mejorar el descanso no es un objetivo pasivo, sino una herramienta estratégica para el bienestar diario.
Una base científica para cambiar el enfoque
El valor del estudio reside, en buena parte, en su escala y en el uso de datos objetivos recogidos en tiempo real. Al analizar millones de días consecutivos, los investigadores pudieron observar patrones que raramente emergen en estudios de laboratorio o ensayos de corta duración.
Publicada en Communications Medicine, la investigación aporta una base sólida para replantear cómo se comunican las recomendaciones de estilo de vida. Lejos de promover listas interminables de objetivos diarios, los autores sugieren que centrar los esfuerzos en mejorar el sueño podría desencadenar beneficios en cascada sobre la actividad física y, por extensión, la salud general.
En un contexto global marcado por jornadas largas, estrés y uso intensivo de pantallas, el mensaje resulta especialmente relevante. Si el objetivo es moverse más y reducir el riesgo de enfermedades crónicas, la evidencia apunta a que el primer paso quizá no esté en las zapatillas deportivas, sino en la cama.

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