Un grupo de investigadores ha desarrollado una herramienta para evaluar tanto los beneficios como los riesgos del juego infantil en parques y áreas recreativas. Su objetivo es poner fin a la tendencia de diseñar espacios cada vez más seguros, pero también cada vez más aburridos para los niños.
Durante décadas, la discusión sobre la seguridad en los parques infantiles se centró casi exclusivamente en los peligros: caídas, fracturas, golpes o heridas. Sin embargo, un nuevo enfoque científico sugiere que limitar los riesgos de forma excesiva puede tener consecuencias negativas para el desarrollo de los más pequeños. Según los investigadores, los niños no solo necesitan lugares seguros, sino también entornos donde puedan enfrentarse a ciertos riesgos controlados que estimulen su aprendizaje, su autonomía y su capacidad de tomar decisiones.
La propuesta ha sido publicada en la revista International Journal of Environmental Research and Public Health y se apoya en la norma internacional ISO 4980:2023, que por primera vez reconoce oficialmente que los riesgos en el deporte y la recreación pueden tener un valor positivo. Esto abre un debate sobre cómo deberían diseñarse las áreas de juego en todo el mundo y hasta qué punto es necesario replantear el papel del riesgo en la infancia.
El fin de los parques demasiado seguros
Desde hace años, expertos en recreación infantil advierten que los parques se han vuelto tan seguros que muchos niños ya no los encuentran atractivos. La consecuencia, paradójicamente, es que los pequeños buscan experiencias más emocionantes en lugares mucho más peligrosos, como calles transitadas o edificios abandonados.
Ya en 1995, el especialista en áreas recreativas Peter Heseltine, que no participó en el estudio, lo resumía con crudeza: “Hemos hecho los parques tan aburridos que cualquier niño con un poco de amor propio se irá a jugar a otro sitio, uno que le parezca más interesante, y casi siempre mucho más peligroso”.
La nueva investigación retoma ese argumento y lo actualiza: al eliminar casi por completo el riesgo de los juegos, los niños pierden oportunidades valiosas para enfrentarse a desafíos reales, medir sus propias capacidades y aprender a gestionar la incertidumbre. Según los autores, esta falta de retos no solo limita el desarrollo motor, sino también la confianza en sí mismos, la resiliencia y la capacidad de tomar decisiones bajo presión.
Más que simples raspones o moretones
El estudio sostiene que actividades consideradas arriesgadas, como trepar árboles, jugar a pelear con palos o lanzarse desde estructuras altas, aportan beneficios esenciales al desarrollo infantil. Estos juegos ayudan a los niños a mejorar su equilibrio, coordinación y fuerza, pero también fortalecen sus habilidades sociales, ya que aprenden a cooperar, negociar reglas y resolver conflictos con sus compañeros.
Además, la experiencia de asumir riesgos moderados contribuye a reducir la ansiedad y el estrés. La explicación es sencilla: un niño que aprende a manejar el miedo a caerse desde un columpio alto o a recibir un golpe ligero durante una pelea de juego desarrolla mayor confianza para afrontar retos en otros ámbitos de la vida.
Los investigadores explican que un raspón o un brazo magullado pueden tener más valor educativo que una serie de advertencias que el niño no asimila. El objetivo no es eliminar por completo los accidentes, sino prevenir aquellos que causen daños graves o permanentes. “Los niños necesitan experimentar el riesgo para aprender a manejarlo; si se lo quitamos todo, nunca tendrán esa oportunidad”, señalan los autores.
Cómo funciona la nueva herramienta
La propuesta se basa en un sistema de evaluación relativamente sencillo que coloca en una balanza los riesgos y los beneficios de cada actividad o estructura de juego. Por un lado, se analiza la probabilidad de que ocurra una lesión y la gravedad que esta podría tener. Por otro, se valoran los beneficios de la actividad: qué tanto aporta al desarrollo infantil, con qué seguridad lo hace y qué tan duraderos son esos efectos positivos.
Ambos factores se califican en una escala que va de muy bajo a muy alto. Un juego o estructura solo se considera adecuado si sus beneficios superan a los riesgos. Según este modelo, los equipos que no aportan ninguna ventaja clara deben ser retirados de inmediato.
El uso de este sistema permitiría a los responsables de parques y colegios tomar decisiones basadas en evidencia y no solo en el temor a accidentes. Así, podrían diseñarse áreas recreativas que ofrezcan experiencias más enriquecedoras para los niños sin dejar de lado la seguridad.
¿Es seguro dejar que los niños peleen con palos?
Uno de los aspectos más llamativos del estudio fue la evaluación de juegos que, a primera vista, muchos padres considerarían peligrosos. El ejemplo más revelador es el de las peleas con palos. Aunque implican el riesgo de cortes o golpes leves, el análisis mostró que los beneficios sociales y emocionales son muy significativos.
Los niños que participan en este tipo de juegos desarrollan confianza en sí mismos, aprenden a medir la fuerza que ejercen, a negociar límites y a respetar acuerdos con sus compañeros. “Las peleas con palos no son solo juegos bruscos, son oportunidades para aprender autocontrol y cooperación”, indican los investigadores.
De manera similar, trepar troncos o estructuras altas obtuvo una puntuación muy favorable. Aunque existe el riesgo de una caída, la actividad estimula el pensamiento crítico, la planificación y la capacidad de resolver problemas. Incluso los juegos más tradicionales, como columpios y toboganes, siguen mostrando un gran valor educativo cuando se analizan bajo esta metodología.
Limitaciones y necesidad de criterio
A pesar de su potencial, los investigadores advierten que la herramienta aún no ha sido probada de manera extensiva. Falta comprobar si diferentes evaluadores llegan a las mismas conclusiones y si puede aplicarse en contextos muy variados, como escuelas rurales, parques urbanos o instalaciones deportivas.
El propio estudio reconoce que no se trata de una fórmula universal. Cada espacio requiere un análisis específico y un ejercicio de sentido común. Lo que puede ser adecuado en un patio escolar bajo supervisión directa de adultos quizá no lo sea en un parque público con alta afluencia.
Por ello, los autores insisten en que la herramienta debe entenderse como un apoyo para la toma de decisiones y no como una solución definitiva. El criterio profesional, el contexto local y las necesidades concretas de los niños seguirán siendo factores clave en el diseño de entornos de juego más equilibrados.
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